El pasodoble “El dos de mayo” de Federico Chueca abre esta continuación de “Ana y los lobos” (1972) en el que los personajes de la anterior vuelven a reunirse años después para celebrar el centenario de la abuela –soberano recital de Rafaela Aparicio, con mucho lo mejor de la película- y donde Saura continúa satirizando los demonios del pasado de la España franquista, el peso de la religión y los militares, las rémoras familiares o las supersticiones castradoras en un nuevo contexto de libertad que trata infructuosamente de dejarlos atrás.

Mezcla, de nuevo, de elementos mágicos y sobrenaturales, de gran carga simbólica, y numerosas notas de humor negro, ahora la hipocresía familiar trata de tomar posiciones al final de una era, de una manera de hacer las cosas, preparándose para los nuevos tiempos –como en “El jardín de las delicias” (1970) también la familia podría corear aquello de “Suiza, dinero, pesetas” con el que trataban de que el pobre José Luis López Vázquez recordara- nuevos tiempos de esperanza que se hacían claramente presentes, pero sin poder separarse de los viejos y seculares lastres del pasado.