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Voto de Archilupo:
7
Romance. Drama Elizabeth (Norah Jones) es una joven que comienza un viaje espiritual a través de América en un intento de recomponer su vida tras una ruptura. En el camino, enmarcada entre el mágico paisaje urbano de Nueva York y las espectaculares vistas de la legendaria Ruta 66, la joven se encontrará con una serie de enigmáticos personajes que le ayudarán en su viaje. (FILMAFFINITY)
20 de enero de 2009
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
—¡Ahora vuelvo!

“Voy a dar una vuelta por el espejo del mundo, un viaje para dejar a las llaves encontrar su cerradura, salir del tarro donde aguardan a que su dueño las quiera, a que desee entrar en la casa que abren…”.

El lenguaje de las llaves, de las claves.

El punto de partida, un bar neoyorquino.
El camarero es un Jude Law muy inspirado, como a lo largo de la película Natalie Portman y la debutante Norah Jones, los tres acercados al espectador por planos muy cortos. Cocina tartas de arándanos que también aguardan a que alguien las quiera.
Con memoria y observación portentosas, puede narrar la historia exacta de cada llave (entre todas, una abre una puerta que a él le importa), y puede recordar quién ha comido qué plato, y con qué guarnición: el señor Costilla con Puré, la señorita Cuatro Estaciones...


Ella se da una vuelta por Norteamérica para reacomodar durante cientos de noches, haciendo tiempo despacio, los miembros de su corazón maltrecho, conectado en todo momento a Nueva York. Hacia el bar salen postales.
Los dramas personales a que asiste mientras sirve copas en Memphis y Nevada resuenan en ella, conmoviéndola.
Algo ve y comprende, poco a poco.
Alguna fibra tocan el bebedor que se aniquila a sorbos, porque no encaja la ruptura matrimonial, y la jugadora enganchada al suspense del azar (como el ludópata dostoievskiano) para olvidar al obsesionante padre, también jugador.


Evitando psicoanálisis e introspecciones, el objetivo de madurar el regreso oportuno se cifra simbólicamente en ahorrar y conseguir un coche con que completar la gira.
Narrada sin complicarse la vida, pues. Sin tampoco matarse en ese flanco de la película.
Lo visual, en cambio, es tratado con filigrana: color saturado, policromía sensual, cámara muy viva, interiores densos, vasto paisajismo en la desértica Nevada de rectas kilométricas, acompasamiento de la imagen con escogida música… Aunque, tal vez para estirar la duración de los instantes, Wong Kar Wai recurre en exceso a la ralentización, por ligera que sea la bajada de velocidad: la “maniera”, ya se sabe, llama la atención sobre sí misma, innecesariamente, y estorba un poco el disfrute de este suave relato lírico, que se paladea como un postre o una merienda.
Archilupo
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