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Voto de La mirada de Ulises:
6
Drama Viviane Amsalem, separada desde hace años de Elisha, su marido, quiere conseguir el divorcio para no convertirse en una marginada social. En Israel no existe aún el matrimonio civil; según las leyes religiosas, sólo el marido puede conceder el divorcio. Sin embargo, Elisha, se niega a hacerlo. Viviane tendrá que luchar ante el Tribunal Rabínico para lograr lo que ella considera un derecho. Así se verá inmersa en un proceso de varios ... [+]
7 de abril de 2015
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un tribunal rabínico es el escenario de un juicio de divorcio que se hace tan absurdo como eterno. Los protagonistas son Viviane Amsalem y su marido Elisha, que viven separados desde hace años. No hay motivo aparente para la ruptura, salvo que ella ya no le quiere ni se siente querida por él, pero Elisha se niega a concedérselo. En principio, los jueces quieren ser diligentes y ser imparciales en el proceso, pero la ley judía y la opacidad de los querellantes dificulta la rápida resolución. El asunto parece muy atascado y la presencia de testigos no hace sino confundir más al tribunal, y prolongar la agonía de Amsalem. Esa es la historia de "Gett: El divorcio de Viviane Amsalem", película en la que los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz se acercan a un drama personal y familiar que, por momentos, adquiere tintes cómicos por lo irracional de la situación.

La propuesta tiene aires teatrales por desarrollarse en un único espacio, y también por servirse de la palabra como único vehículo para el entendimiento. La paradoja es que justamente los diálogos se convierten en una cárcel de incomunicación, que cuanto más razones dan los personajes más confuso y embrollado resulta todo, que los rostros expresan mejor el estado del alma que la propia palabra. Con el discurrir de la película, el espectador se cerciora de que la convivencia es inviable, de que la condición de sumisión de la mujer hace imposible un trato de igualdad, de que Elisha no está en condiciones de dar a su esposa lo que ella necesita. La pretendida armonía matrimonial tendría que ser el reflejo de otra concordia entre la fe y la razón, pero la vida de los protagonistas no es así y la religión encona las posturas. No hay infidelidad ni violencia física, pero sí falta de consideración e indiferencia de afecto. Hay respeto legal pero no trato humano, y así la relación no puede prosperar.

El curso de la causa judicial se vuelve patético y hasta ridículo, sobre todo con el peregrinar de testigos, cada cual más contradictorio y lamentable que el anterior, aunque la palma de la lleva una de las hermanas de Amsalem y sus vecinos. Ellos son el apunte cómico e incluso divertido en una cinta oscura y difícil porque exige mucha atención del espectador para seguir las razones de unos y otros, porque no es fácil discernir el motivo de esa obstinada negativa de Elisha. Podría aducirse que uno y otro son tercos en grado máximo -aunque no en igual medida-, que desde el principio ha faltado diálogo en ese matrimonio -sobre todo a la luz de la última escena-, que el miedo del marido solo es comparable a su dureza de corazón, que el amor es cosa bien distinta para uno y para otro... Y, aún así, no encontraríamos luz suficiente para esclarecer ese conflicto conyugal. Porque estamos, en realidad, ante una inteligente crítica a cierta cultura y sociedad judía, que hace que sus gentes sean poco flexibles y dialogantes, poco humanas.

Los rostros de la pareja son un poema de expresividad, sobre todo cuando permanecen en silencio. Ronit Elkabetz como Amsalem y Simon Abkarian como Elisha son el dúo perfecto para dos papeles que en la ficción son irreconciliables. A su vera, un rabino interpretado por Sasson Gabai quizá esté un poco sobreactuado, lo mismo que algunos de los secundarios-testigos que completan un reparto donde los jueces son comediantes de chiste o autoridades sin alma. La película se construye desde la austeridad de su estética y puesta en escena, con un denso guión que equilibra drama con humor, que avanza con buen ritmo y con rótulos cronológicos que acentúan el absurdo. En definitiva, la denuncia se cocina a fuego lento y requiere un público resistente, que asiste incrédulo a una cárcel conyugal donde la palabra ha dejado de servir para comunicarse.
La mirada de Ulises
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