Si en una serie son capaces de mezclar hunos con romanos, y musicales con robots antropófagos, es una buena serie. Según como usen ese recurso se puede convertir en una serie maravillosa o en una serie buena más. Stargate es el segundo caso, desgraciadamente.

La historia es un alargamiento y repetición de lo que pasa en la película, con la ventaja de no tener que averiguar que puñetas es el hulahop vertical ese. Por lo tanto la estructura es: apretar botones, entrar en el redoncho, enfrentarse a los lugareños, salvarles de algo, volverse, agradecidos, por el redoncho y seguir siendo felices.

El asunto interesante y que hace que Stargate sea algo digno de ser visto, es que los capítulos son un delirio. En cada uno de ellos se muestra un estilo de vida pasado, diferente al actual, extraño, siempre llevado al extremo. Es divertido ver como extraterrestres mongoles, de la Mongolia de Gengis Khan se entienden perfectamente con MacGyver y compañía. Y en el capítulo siguiente pasa lo mismo con romanos recién sacados de la misma Roma clásica. ¿No suena maravilloso? A mi me encanta. Además, cualquier excusa es buena para que los marcianillos (que no olvidemos que cada vez que pasan por la rodaja de piña en almíbar viajan a un mundo diferente) quieran cambiar a la chorba del grupo por media docena de camellos o similar. Esto le da una tensísima tensión que tensa los nervios de cualquiera. Es como si la serie la hubiesen hecho expresamente para hipotensos. La emoción te embarga, el desenlace está cerca y aunque sabes como se va a solucionar la trama, quieres verlo con tus propios ojos.

Si a esto le sumamos la trama central de los que van de dioses egipcios que quieren conquistar el universo a base de pasar por los aros esos, ya es la repanocha. Divertido. Incluso de vez en cuando se aprenden cosas.