Está claro que a estas alturas de la vida, nos han metido el holocausto y toda la segunda guerra mundial hasta en la sopa (de letras) y que el cine ha aprovechado y reaprovechado todo lo que esta barbarie en concreto dejó a su paso.

Ahora estamos en un punto donde la cantidad de películas similares pasadas y presentes se hace tan grande que casi parece que aquello solo fue ficción y nunca ocurrió.

Pero desgraciadamente ocurrió.

Entre todos los productos de la desgraciada segunda guerra mundial aparece El pianista, dirigida por el amigo Polanski, y como quién no quiere la cosa, da una lección de cine basado en un personaje que tiene la necesidad de sobrevivir a todo eso.

El pianista es una película donde las personas son humanas, con independencia del lado al que apoyen. Buscan vivir, fallan, traicionan, se apiadan… como las personas normales, a pesar de estar en situaciones dramáticas límite. La maravilla de El pianista reside en gran parte en esto. En que una lata de guisantes pueda marcar la diferencia entre un muerto y un vivo. En que un gran Brody que borda el papel pueda seguir con sus melodías o no.