Hay directores que logran plasmar en imágenes toda una vida, hay directores que pueden crear poesía con un plano de una puerta sin movimiento, hay muchos directores que elevan el concepto de arte a su máxima expresión, verdaderos maestros del lenguaje cinematográfico, verdaderos héroes. Carl Theodor Dreyer era uno de ellos.

Una bella mujer de edad, busca el significado del amor en su forma más pura posible, sin condiciones, eterno. Casada con un abogado, y con un amante músico joven, Gertrud esculpirá la profundidad de su pasado con miras al futuro, para hallar el amor. El dañes nos envuelve en una odisea basada en una obra del dramaturgo Hjalmar Soderberg, porque Gertrud es un cúmulo de sueños no alcanzados, un retrato de la amargura y la soledad, un espejo de la realidad del alma humana. La inevitable soledad del hombre.

Dreyer utiliza los planos con una estética abrumadora, reduce su enorme capacidad de crear poesía a una simple frase, o una conversación, y es que Gertrud va más allá de un relato intimista sobre un matrimonio frustrado, la cámara recorre lenta y suavemente los interiores de una habitación llena de nostalgia y recuerdos, la cámara puede estacionarse en una aparentemente simple conversación de dos personas pero que en realidad es mucho más que eso, es una completa disección de la historia de toda una vida. Porque Gertrud parece una película que relata toda la historia de una mujer, una mujer entregada a sus anhelos y a sus sueños.

La maestría de Dreyer no tiene límites, la película es un ir y venir de emociones, pero todo lo hace desde un ambiente tan íntimo y pequeño, que parecería imposible que una película así pueda ser tan magistral, pero ya lo demostró Bergman que la excelencia se alcanza con las historias mas intimas y profundas.

Dreyer crea su propia “Persona”, su última obra, su legado se ve plasmado en los maravillosos fotogramas.
No es una obra maestra, no existe palabra que pueda describir Gertrud.

Nota: 15/10