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Drama
A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
31 de diciembre de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sansho dayu, personaje que da nombre a la película, es en sí mismo, y pese a la poca presencia que tiene (hablando en términos de Cronos), la motivación de la película, si lo tomamos como estereotipo es culpa suya que una historia semejante pueda ser narrada y creíble.
La historia comienza con la destitución de un gobernador en el Japón del siglo XII, debido a tener una actitud poco beneficiosa para los intereses del emperador. Es este gobernador un hombre con abundantes y evidentes virtudes, muestra el camino a su pueblo con justicia y equidad, a la vez que trata de armarlos moral e intelectualmente para afrontar su paseo por la vida.
Años después, siguiendo el camino que llevara al gobernador a la cárcel, su mujer y sus hijos recorren las tierras japonesas con la paz que transmiten aquellos que tienen el espíritu calmado. Nobles y confiados, son engañados y terminan, por un lado la madre prostituyéndose, y por el otro los hijos siendo esclavizados para trabajar bajo el yugo de aquel que da nombre al film.
El retrato es duro, sucio, y la imagen que nos llega de la sociedad japonesa de la época no resulta agradable, vemos cómo un hombre, una mujer, un niño o una niña, pueden ser víctimas de la injusticia sea cual sea su origen, sin importar cuan puros y generosos sean sus corazones.
Si nos aferramos a lo estrictamente moral, Mizoguchi nos muestra una interpretación del mundo compleja, con la explicación de unos ideales que podrían conducirnos a una existencia pacífica, equilibrada, agradable; en contraposición a la realidad, movida por influencias, por miedo y falta de piedad.
El mensaje es alentador dentro de la derrota, pero la película no se queda ahí, no se contenta con mostrarnos un abanico de opciones morales, y nos seduce con sus exteriores, con la belleza de los paisajes del país asiático, y también con el retrato de la crueldad.
La historia comienza con la destitución de un gobernador en el Japón del siglo XII, debido a tener una actitud poco beneficiosa para los intereses del emperador. Es este gobernador un hombre con abundantes y evidentes virtudes, muestra el camino a su pueblo con justicia y equidad, a la vez que trata de armarlos moral e intelectualmente para afrontar su paseo por la vida.
Años después, siguiendo el camino que llevara al gobernador a la cárcel, su mujer y sus hijos recorren las tierras japonesas con la paz que transmiten aquellos que tienen el espíritu calmado. Nobles y confiados, son engañados y terminan, por un lado la madre prostituyéndose, y por el otro los hijos siendo esclavizados para trabajar bajo el yugo de aquel que da nombre al film.
El retrato es duro, sucio, y la imagen que nos llega de la sociedad japonesa de la época no resulta agradable, vemos cómo un hombre, una mujer, un niño o una niña, pueden ser víctimas de la injusticia sea cual sea su origen, sin importar cuan puros y generosos sean sus corazones.
Si nos aferramos a lo estrictamente moral, Mizoguchi nos muestra una interpretación del mundo compleja, con la explicación de unos ideales que podrían conducirnos a una existencia pacífica, equilibrada, agradable; en contraposición a la realidad, movida por influencias, por miedo y falta de piedad.
El mensaje es alentador dentro de la derrota, pero la película no se queda ahí, no se contenta con mostrarnos un abanico de opciones morales, y nos seduce con sus exteriores, con la belleza de los paisajes del país asiático, y también con el retrato de la crueldad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El intendente Sansho, un hombre de aspecto extravagante y capacidad de mando, no duda en ningún momento a la hora de hacer sufrir a los que le rodean. Es para él el sufrimiento un mensaje, un modo de comunicarse con los que considera inferiores, y es por su causa por la que vemos la evolución más grande de la película, la que sufre Zushio, el niño convertido en hombre como esclavo, que parece olvidar las enseñanzas de su padre al vivir en sus carnes la crueldad más atroz.
Por suerte, su hermana, compañera de cautiverio, está presente para recordarle quien es y a quién le debe la vida. La unión, la devoción familiar que nos muestra Mizoguchi es extrema, y es una representación de los mejores valores que puede demostrar un ser humano, incluso frente a un destino aciago e inevitable.
Termina con un sabor de boca agridulce, como en la moral que nos enseña, está entre la idea y la realidad, entre el objetivo cumplido y el fracaso más estrepitoso, lo que es seguro es que no dejará a nadie indiferente, y si lo deja, se trata de un ser deshumanizado, y es que hay valores, historias, tragedias, que no son más que una alegoría de la humanidad, una presentación cinematográfica y bellísima de lo mejor y lo peor que tenemos dentro. Podemos dar la razón, entonces, a aquellos indígenas que por motivos equivocados decían que una cámara es capaz de robarnos el alma, en este caso, Mizoguchi es el que lo ha conseguido.
Por suerte, su hermana, compañera de cautiverio, está presente para recordarle quien es y a quién le debe la vida. La unión, la devoción familiar que nos muestra Mizoguchi es extrema, y es una representación de los mejores valores que puede demostrar un ser humano, incluso frente a un destino aciago e inevitable.
Termina con un sabor de boca agridulce, como en la moral que nos enseña, está entre la idea y la realidad, entre el objetivo cumplido y el fracaso más estrepitoso, lo que es seguro es que no dejará a nadie indiferente, y si lo deja, se trata de un ser deshumanizado, y es que hay valores, historias, tragedias, que no son más que una alegoría de la humanidad, una presentación cinematográfica y bellísima de lo mejor y lo peor que tenemos dentro. Podemos dar la razón, entonces, a aquellos indígenas que por motivos equivocados decían que una cámara es capaz de robarnos el alma, en este caso, Mizoguchi es el que lo ha conseguido.