Cuando era un niño de 3 a 6 años, viajaba con mis padres a Madrid cada año a visitar a mis hermanos mayores que estudiaban en colegios de la capital de España. Con estos hermanos solíamos ir al cine en varias ocasiones, en los quince o veinte días que estábamos allí, alojados recuerdo muy bien en el Hotel Victoria, en la Plaza de Santa Ana, junto a los Almacenes Simeón.

Una de esas veces mis hermanos, entonces de 15 y 17 años, nos llevaron a ver Ben-Hur, esta superproducción que hizo historia y taquilla. A mí me encantó y a mis seis años disfruté como un enano de la lucha de cuadrigas donde un Charlton Heston (el noble Ben-Hur de Jerusalem), se batía el cobre con el malvado Mesala, encarnado magistralmente por Stephen Boyd.

William Wyler se hizo más grande si cabe con esta magistral dirección con guión maestro de Karl Tunberg, adaptación de la novela homónima del militar y escritor estadounidense Lewis Wallace. Todo el entramado pone el subrayado en los serios y poderosos conflictos de los personajes de este relato heroico y emocionante.

Los actores principales estaban de maravilla, empezando por un Charlton Heston en el zénit de su carrera, magistralmente acompañado por actores de primera fila como Jack Hawkins, Stephen Boyd o Hugh Griffith. Pero en realidad todo el reparto es de lujo.

Esta es una de esas películas que están prácticamente por encima del propio cine. Un esplendoroso logro donde además de la gente del cine, trabajaron otros artistas y artesanos cinematográficos: vestuario, decorados, los dobles, etc. Una gran película sin discusión que aún hoy puede ser visionada sin rubor.

Cinta grande, épica, espectacular e intensa.