Tengo que admitir nuevametne, como lo deslicé hace poco tiempo al encarar mi comentario de "Amour", que descubrí a este director tardíamente. Por supuesto, sabía de la existencia de "La pianista" o bien "La profesora de piano". Pero nunca le había prestado mayor atención más que a algunas escenas sueltas de un filme casi siempre comenzado, cuando ocasionalmente lo daban por TV.

Pero ahora, contextuada, vista desde el comienzo hasta el fin (lo que requiere estómago y valentía), me atrevo a decir que Haneke es un director “maldito”, pero fuera de serie. Uno tiende en principio a repudiar su estilo, pero cuando su agresiva puñalada, dirigida por medio de su cámara al espectador va decantando, lo admira sin reparos aunque se convierta en su víctima.

Todo lo que realiza hace cimbrar, molesta y hasta repugna, pero en el fondo deja, amén de una demolición espiritual, la fuerte sensación de haber asistido a una obra cinematográfica con mayúsculas en cada una de sus realizaciones. Ciertos planos donde deliberadamente desaparecen los actores para detenerse hasta exasperar, por ejemplo, en la distribución de un baño mostrando durante segundos una pared de azulejos y hasta sus consabidos finales silenciosos para desubicarnos hasta que logremos reubicarnos mentalmente, no son gratuitos ni ociosos.

Isabelle Huppert descolla desde que empieza hasta que finaliza la exhibición. Entra en el juego y coquetea con el estilo de un director que magistralmente se dedica preponderantemente a la dirección de actores (o quizás, vaya a saber, los deje hacer sin indicaciones), y le responde como supongo Haneke debe haberlo pretendido, con la creación de un personaje increíble, en el cual convergen apretándose hasta la asfixia la hierática profesora Erika Kohut, atrincherada contra cualquier expresión de sentimientos junto a la humillada hija de una también magnífica Annie Girardot ( a propósito ¡que nostalgia de la atractiva prostituta Niobe de "Los compañeros" de Monicelli!) y por último la cruel manipuladora masoquista que habrá de conducirnos a un desenlace inevitable para frenar de una buena la dosis de agresión al espectador y dejarlo respirar nuevamente.

La degradación de Erika parece progresiva desde que se produce el desligamiento de las ataduras de su coraza protectora, pero en realidad surge a borbotones como el desborde de un caño maestro de agua corriente roto. Allí, con sólo expresiones mínimas de su rostro, Isabelle Huppert nos da una clase magistral ya no de piano, sino de actuación sobrenatural. Sólo me resta describir a Haneke como una guía práctica para visitar los infiernos de las profundidades psicológicas y enfrentarnos con nuestra patética naturaleza humana. ¡Continúe lacerándonos, Maestro, pues sin que nos demos cuenta nos conduce también a ser "voyeurs" de su talento!.