Los depresivos no deberían de contar cuentos a las niñas mofletudas, ni a nadie, porque sus cuentos se desinflan, como se desinfla un globo en las zarpas de un gato, que no es que se desinfle, si no que le estalla en las narices, más bien hocico. Al prota depresivo también le estalla su imprudencia.

Los realizadores no deberían de hacer películas para fascinar. Para gustar y entretener sí, pero fascinar es una empresa pretenciosa y megalómana.

Pero, para qué mentir, yo me he dejado engañar y abrumar por el poderío visual. La imaginación tiene siempre su mérito, y la belleza se agradece. Personalmente, la peli me ha ganado por dos puntos, los que la separan de un aprobado raspado:

-Ver a esos dos jinetes galopándose el Puente de Carlos. No sé que tiene Praga, que su sóla visión panorámica me hace feliz. Cada espectador encontrará la felicidad en su propio escenario, que aquí hay para dar y tomar.

-El final, y me refiero al final final, ese en que la niña mofletuda nos narra, con su media lengua, los progresos de su amigo, amenizando la narración con esas imágenes del cine que también me hace feliz.

Envío un cordial saludo a todos aquellos a los cuales la peli no les ha gustado nada: os comprendo perfectamente.