Ang Lee echa mano de todo su preciosismo oriental para contarnos la vida de Pi, ese niño hindú (moreno, por tanto) que, tras naufragar, pasa 227 días en un bote en medio del océano, acompañado de un tigre de bengala (hambriento, por necesidad)
La película no es sólo una aventura cargada de fantasía (sobre todo visual) sino que, además, como la novela, es una asequible reflexión teológica, apta para todos los públicos. Pero también es un rollazo interminable, en el que se acaba hasta el moño de tanta cosa pochola, que parece todo un salvapantallas del Windows nosequé y, sobre todo, se alberga el innoble deseo de que el tigre se coma al pelmazo del indio, con su correspondiente frustración para el espectador.

Pi naufraga, la peli naufraga, y la estética del film, tan trabajada, tan vistosa y luminosa, también naufraga, por cargante. El cielo, el mar y los animales exóticos no necesitan de tanto artificio para resultar hermosos. Simplemente lo son; no hay por qué marear la perdiz.

Aparte de la del tigre, me viene a la cabeza otra Canción Desesperada. Parafraseando a Neruda:
Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en Pi fue naufragio!