Como todo el mundo sabe, Fernando Trueba tiene un ojo bueno y otro malo. Uno mira para Cuenca y otro para Triana. Lo que no todo el mundo conoce es que, además, tiene un hijito pedantorro y cursilón, que más que suyo parece hijo del gafapasta de su hermano, y que aquí le sustituye en la función de co-guionista. La historia pretende ser una fábula de corte fantástico, pero en realidad no se llega a saber muy bien qué es lo que es.

Con el ojo bueno Trueba rueda alguna hermosa secuencia y elige a Victoria, que no sólo no abre la boca si no que, además, embelesa cuando baila.

Con el ojo pocho, Trueba rueda el resto de la peli y elige al Angelito verborráico que da la tabarra sin piedad a Darín y al espectador. La peli hubiese quedado mejor si el Angelito también fuese mudo, como Victoria.