Esta peli está muy bien si lo que te apetece es escuchar musiquita. Mucho mejor que el Spotify. Dejas la peli puesta mientras preparas la cena, por ejemplo, y entre diálogo macarra y diálogo merluzo, te puedes echar unos bailecitos bien majos en lo que se te hace el sofrito.

Por lo demás, no hay quien la aguante. Y Nicolas Cage no tiene la culpa, que quede claro. El hombre hace su trabajo, el que le han encargado, con profesionalidad y solvencia. La culpa es más bien del argumento, que consiste en que un paramédico que conduce una ambulancia por las noches, como aquel otro tipo que conducía un taxi por Nueva York, se estresa con su trabajo, que no resulta muy agradable, y se le va yendo la pinza por momentos. Nicolás lo borda, claro. Es un papel a su medida.

Para que nadie se aburra, también nos cuentan una especie de romance muy soso y un montón de cosas chungas, ahí, en plan pegote, por llenar espacio.

La peli entra en bucle desde el principio hasta el final. A Nicolás se le ve cansado, entonces le llaman para un servicio, lo hace, le afecta, se le ve cansado… entonces le llaman para un servicio, suena musiquita, lo hace, le afecta, se le ve cansado… entonces le llaman para un servicio, suena musiquita, lo hace, le afecta, se fuma un piti con la chica, se le ve cansado… entonces, otra vez lo mismo, y otra, y otra, y se acaba la peli.

Rodada con solvencia y de montaje trepidante, eso sí. Desquiciante cine para alucinados.