Reflexión sobre el voyerismo realizada por el gran Hitchcock, rey del suspense y el gran creador de imágenes del siglo XX. Un artista que usaba un lenguaje que destacaba por el poder de la imagen y la narrativa que ésta brindaba, modulando cada escena con la mayor exactitud posible.

Desde el comienzo de la película, pone de manifiesto esta característica con un plano secuencia de varios segundos que, sin necesidad de palabras, sirve para presentarnos de manera fascinante al protagonista. El ostentoso uso del tempo y la tensa narración denotan una grandiosa lucidez cinematográfica.

El relato, excepto en instantes decisivos, está contado desde el punto de vista de James Stewart: toda la información que tiene el espectador es la que él posee. Un microcosmos absorbente y claustrofóbico cuya acción se sitúa en una habitación durante toda la obra y su heterogéneo patio de vecinos será el único panorama que veremos.

Esa ventana, que se agita entre la dignidad y el pecado, sirve como paradigma de las vicisitudes que se comportan en la industria cinematográfica. Con la caída al suelo desde su fortuito laboratorio, Hitchcock atiza la moralidad de aquellos fotógrafos que vulneran la intimidad de las personas.