Esta experiencia cinematográfica no es un largometraje en el sentido tradicional del término. En realidad, parece narrar una serie de estados de ánimo sucesivos del protagonista -un hombre joven- graficados en un racimo de secuencias relativamente independientes -aunque con un hilo conductor-, que traducen una permanente desazón -creciente- del actor principal, que proceden de una infancia desgraciada -sobre la cual se echa una mirada retrospectiva-, con educadores británicos muy severos, una madre de aspecto castrador -según la típica fraseología freudiana- y omnipresente, la pérdida del padre en la Segunda Guerra Mundial en el medio de las trincheras, la traición de la mujer...Todo desemboca en un desequilibrio psíquico del protagonista que cada vez se torna más agresivo -destruye sin miramientos, por ejemplo, un televisor-. La película está admirablemente musicalizada por Fink Floyd, es una fiesta para los oídos, todos los cultores de la música rock saben perfectamente de la calidad de la agrupación británica, un verdero ícono en la materia. También es resaltable la alternancia de los episodios filmados con dibujos animados alusivos de impresionante calidad, belleza visual y eficacia dramática en tono con la atmósfera de la película. Por último y sin entrar en detalles, una especie de hecatombe y una escena muy bella de unos chicos rescatando unos juguetes de un basural en algún intento de reconstrucción. El mensaje, a fin de cuentas, parece ser un alegato contra las estructuras sociales que, en ocasiones, son excesivamente opresivas. Una película que no tiene un despliegue argumental complejo, como se dijo, sino que es el reflejo de la evolución anímica y psicológica del personaje principal y el mensaje latente a favor de la libertad.