Haneke es un tipo al que le encanta bucear en esos rincones que todos tenemos en nuestra alma, esos lugares oscuros donde escondemos nuestras perversiones, nuestras particulares "anormalidades". En esta ocasión, frente a la sensibilidad y belleza de las sonatas y tríos de Schubert, opone la historia de Erika Kohut, esa profesora de piano que atrapa en un bizarro juego de cazador cazado (¿quién caza a quién?) a su alumno predilecto, el rubito y guapito Walter Klemmer, que cae en esa tela de araña sadomasoquista que le ofrece la pianista. No menos apasionante es la historia familiar de la profe, que cohabita con su madre en un hogar en el que el amor maternofilial está unido a la violencia y a las faltas contínuas de respeto. El trabajo de la Huppert y de Annie Girardot es espléndido, en sus palabras, sus gestos, sus miradas se transmite la sordidez de la historia que nos cuenta Haneke, escrita magistralmente por Elfriede Jelinek.
Creo que lo mejor de la peli es cuando los tres personajes coinciden en la casa de la pianista, donde, indudablemente, el director pone toda la carne en el asador, y es donde más oscura y macabra se vuelve la trama (incluso cuando Walter está en la cocina no podemos dejar de acordarnos de una escena semejante en Funny Games).
También he de destacar, aparte de la música de Francis Haines, la foto de Christian Berger (colaborador de Haneke en dos partes de su trilogía sobre la violencia en el mundo moderno, en Caché y en su último proyecto, aún por estrenar, Das Weiße Band), "ensuciando" y oscureciendo esa preciosa ciudad que es Viena, a tono con lo oscuro de la trama que nos ocupa.