Desde el punto de vista jurídico, y que me perdone Ulpiano si es que se encuentra oculto entre los de la sala, hay, en AL FILO DE LA SOSPECHA, extremos inconcebibles: que la defensora se enrolle con el defendido y la cosa sea más o menos de dominio público chirría igual que un columpio oxidado, y rechina también, cual diente de bruxista, que la misma defensora acuda, en pleno trámite del proceso, a la casa del juez honorable. Por si eso fuera poco, resulta patético que el principal sospechoso, toda vez gestionados los primeros escarceos con la fiscalía, irrumpa a la vista del pueblo soberano como un hombre feliz de sonrisa radiante, squash solvente y caballo tordo.
Con todo, no es AL FILO DE LA SOSPECHA una mala opción para llenar dos horas de asueto. Glenn Close mantiene el tipo, Peter Coyote ayuda, el magistrado de voz sedosa reconforta y Robert Loggia, tan saltarín en Big, sobresale. La banda sonora de John Barry, de su lado, con mucha flauta dulce, es estupenda. Como toda su obra.