Es en DOS EN LA CARRETERA, de Stanley Donen, donde, bajo mi punto de vista, más brilla Audrey Hepburn. Acaso, por qué no, porque su luz se refleja a la perfección en Albert Finney, uno de esos intérpretes, solvente como el que más, que, al margen de premios y condecoraciones, era perfecto como joven arquitecto, como exagerado contador de historias o como iluminado detective belga.
DOS EN LA CARRETERA, con la nostálgica música del inefable Henry Mancini, no es sólo un precioso juguete para el divertimento de unos y otras, sino también un manual extremadamente interesante para la vida en pareja. Pues el amor sí es beber veneno por licor suave y olvidar el provecho. Y también, claro, ver a la otra persona al otro lado de la habitación y necesitar, en todo caso, volar hacia allá. O encontrar a esa persona fingiendo ser una señal de tráfico y querer fundirse con ella por los siglos de los siglos.