Siempre he sido respetuosa con los críticos, pero hasta aquí he llegado: ¿cuánto cobráis, queridos periodistas? Porque no hay quien se crea que las ocho críticas especializadas que la web recoge en la ficha de «El niño» sean positivas; más que positivas: son maravillosas. Leídas estas, una cree que estamos ante el thriller de los thrillers, ante la película de las películas españolas. Luego para confirmar la corrupción que de seguro ha de mandar en este territorio, vienen los Goya con tropecientas nominaciones. Todo muy objetivo, claro, claro.

Le tenía muchas ganas a «El niño» por los tráilers y por eso del género de acción a la española, pero mis ganas han durado lo que tarda Jesús Castro en entrar en escena. La película medio se sostenía hasta entonces, con un Luis Tosar Actor (sí, la mayúscula es adrede) y una Bárbara Lennie estupenda haciendo de policías comprometidos que investigan el tráfico de drogas en el Estrecho. Vale, esto puede dar de sí, o al menos podría haber dado de sí, porque la realidad es que la película es mala, pero mala sin contemplaciones.

La dirección de Daniel Monzón en serio que no la comprendo. Es una dirección entre telefilme de las cuatro de la tarde y cualquier capítulo de «El Príncipe», serie que es del mismo año 2014 y que os aseguro que contaba con más enjundia. No hay clima ni tono, todo es una sucesión de escenas montadas de tapadillo. El guion, que el mismo Monzón ¿escribe?, es un soberano rollazo. La historia no va hacia ninguna parte, es lenta, reiterativa, pesada, monótona, de cero análisis, de nula emotividad, de inexistente calado, de olvidables diálogos, de personajes-cliché, de trama chapuza en la que la acción es de risa, literalmente hablando, y las cosas ocurren porque sí previa sacada de manga; no hay causas y efectos, las situaciones aparecen, bien de la nada o bien de la Interpol, con la que al parecer estos polis tan eficientes no han hablado durante dos puñeteros años.

Además, para rematar el caso, tenemos como protagonista a un muchacho de nombre Jesús Castro a quien no llamaré actor hasta que aprenda algo, no pido mucho, solo algo de interpretación. Este chico ayuda con su inmutable inexpresividad, su guión memorizado y soltado como quien está en la función del colegio (siento la comparación, niños del colegio) y su ineptitud escénica, a hundir más allá de las aguas del Mediterráneo una obra paupérrima que vive de la fama y del enchufe.

Decepcionante.