Que le hayan dado a Alfonso Cuarón el Oscar a mejor director por esta película sencillamente me parece un timo. «Roma» es su obra más personal, de eso creo que no hay duda, y es ese tipo de cine que gusta a los críticos porque utiliza muchos recursos técnicos y además hace referencia al cine italiano de los cincuenta, muy Fellini. Cuarón, ¿qué has hecho? ¡Qué has hecho!

Las películas de Cuarón no suelen gustarme (excepto «La Princesita», que es una obra maestra), pero siempre me encanta su dirección. Es uno de esos directores que te ayudan a comprender en qué consiste dirigir. Los guiones pueden ser mejores o peores, pero Cuarón brilla detrás de la cámara. Hasta que nos hemos topado con «Roma».

Dos horas y quince minutos soporíferos, desangelados y ensimismados en sí mismos y su estética chic, de película seria y aire clásico. Es que ni siquiera me producía una reacción, un pensamiento. Es un encefalograma plano, indiferencia estilizada y elegante, bien fotografiada pero sin ningún atributo real, sin cuerpo, sin vida. Es un cine que a mí me parece una ecuación matemática sin arte. Un plano secuencia más un travelling, elevado al blanco y negro, menos interpretaciones de gente salida de su casa igual a obra maestra. Oiga, no, señor Cuarón.

Ni me ha gustado la forma, que es su baza ganadora, ni me ha gustado la historia. Ciento treinta y cinco minutos viendo a una chica de servicio que trabaja en la casa de una señora con cuatro hijos que la quieren mucho, dicen. Dicen. Porque, vamos a ver: ¿aquí cuándo se ve que hay amor? Se dice «te queremos mucho» pero yo no encuentro ese amor tan grande y puro por ninguna parte. Durante toda la película te planteas hasta dónde son sinceros en sus palabras o en sus acciones, porque puede ser una cosa o la contraria. Si despidieran a Cleo, te lo crees igual, no te sorprendería lo más mínimo.

Cuarón reivindica el amor como concepto, el amor que se encuentra donde no se espera, y tritura los amores de siempre, los espontáneos y naturales. El amor de una madre a su hijo se sustituye por el amor a los hijos de otro; el amor romántico se cambia por amor a tu jefa; el amor por tu propia madre y familia se conmuta por el amor hacia una familia ajena. Si lo piensas un poco, es dramático. No digo que no pueda pasar, la capacidad de amar es infinita, pero hay que saber mostrarlo y contarlo para que no deje esta sensación casi desagradable ante unos amores que se perciben absolutamente superficiales y sin verdadero arraigo. Aparte, escenas tan gratuitas como la del novio Fermín y sus artes marciales (la del pueblo es horrorosa) o cinco minutos de rostro compungido en primer plano. De verdad que no lo entiendo.

Mira que lo siento, pero decepcionante. Cuarón, no sigas por aquí, te lo ruego.