Que violencia, chico. El coronel Taylor caerá entre simios «civilizados» y se las harán pasar canutas, así que normal que suelte esas frases tan agradables. A Heston le hacen de todo, y lo pasa mal, mal, mal, pero por su salvaje camino hacia «su destino», se topará con algo que nunca hubiera imaginado encontrar en aquella Tierra que abandonó desencantado del Hombre: el amor humano. Sí, Taylor: yo sí creo que ella sea capaz de amar.

Dejando a un lado las lagunillas científicas, que son varias y llamativas (por ejemplo, el hecho de que nadie se preocupe por la atmósfera de ese nuevo mundo...), «El planeta de los simios» es, a parte de una aventura de ciencia ficción, una reflexión sobre el ser humano. La teoría de la evolución vuelta de revés, el instinto primitivo, la jerarquía racial, la naturaleza y el alma, si es que la tienen, de los seres humanos o una interesante propuesta del progreso de occidente. Compleja y nada baladí en ninguno de sus diálogos, este guión cinematográfico, antes libro, te hará pensar, y mucho, sobre qué somos, qué seremos y qué fuimos. Respecto el desenlace, estoy de acuerdo: te pone nerviosa aún sabiendo lo que va a pasar y, una vez visto, no sabes ni qué decir ni qué hacer; quizá lo que dice y hace el astronauta Taylor.

Gran Charlton Heston, quien se pasa desnudo, cosa que ninguna estrella actual haría, tres cuartas partes de película y, con ello, se convierte en icono absoluto del Cine con su taparrabos roto. Las labores de maquillaje destacables, con nada que envidiarle en ese sentido al trabajo de Tim Burton, y la banda sonora de Goldsmith es de lo más inquietante.

Entretenida y austera, puede que su mayor valor radique en la potencia de la idea. Ningún planeta es tan conocido como este. ¿Existirá...?