Da miedo. Da miedo la idea del contacto con el Demonio. «El exorcista» se atrevió a hablar cara a cara con Satán y a convertir a los curas en héroes. Pasan los años y pasan las creencias, pero la figura del Mal sigue aterrándonos.

Comedida, diabólica, serena y fría película que se adentra en el mundo de las posesiones de manera nunca vista ni antes ni después. Una niña con comportamientos extraños, unos adultos desesperados y la fe como salvación construyen una trama que va a más y que tiene su punto culminante en el exorcismo, secuencia verdaderamente poderosa, y en un desenlace que deja espacio a las interpretaciones. Ni qué decir tiene que los diálogos entre el padre Karras y el Demonio son de lo mejor de la película. Transmiten auténtica trascendencia y los ruidos del Infierno desquician al más pintado.

Lo peor es el maquillaje de la niña poseída, que impactar, quizá impactaría en su época, pero que sobra por completo, porque lo que cala en la conciencia del espectador, lo que nos remueve por dentro, no es lo evidente sino lo oculto: esa incursión de lo maligno, de los sobrenatural en nuestras vidas, del Diablo que está ahí, tocándonos, mirándonos, presente. Imaginemos a una niña normal con esa voz cavernosa y esas levitaciones; sería menos espectacular, pero mucho más certero y escalofriante. Además, a la vista está que con esa cara a la muchacha le pasa algo, y algo que escapa a toda explicación científica, así que no sé qué les pasa a los médicos que la tratan. De hecho, según se la mire, la niña resulta hasta graciosa.

Puede que no produzca pesadillas, pero hará pasar un mal rato a los crédulos y a los incrédulos. Max von Sydow y Jason Miller, para el recuerdo.