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España España · Málaga
Voto de Kaori:
8
Comedia Años 50. Villar del Río es un pequeño y tranquilo pueblo en el que nunca pasa nada. Sin embargo, el mismo día en que llegan la cantante folclórica Carmen Vargas y su representante, el alcalde (Pepe Isbert) recibe la noticia de la inminente visita de un comité del Plan Marshall (proyecto económico americano para la reconstrucción de Europa). La novedad provoca un gran revuelo entre la gente, que se dispone a ofrecer a los americanos un ... [+]
25 de agosto de 2012
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seguro que mucha gente se ha reído (yo misma) con «¡Bienvenido, Míster Marshall!», pero ¿alguien ha llorado? Porque yo lo he hecho, y quiero pensar que no soy la única.

Vistos algunos comentarios, tal parece que los censores de la época eran idiotas perdidos y se tragaron toda una película sin enterarse de nada. A mi esta postura me parece un poco pretenciosa, la verdad. Es muy fácil interpretar los acontecimientos a través del tamiz de los años, pero dudo mucho que en 1953 Berlanga y compañía tuvieran mucha idea de lo que iba a ser «¡Bienvenido, Míster Marshall!».

Que otros se queden, si lo desean, con las banderitas en el arroyo o los supuestos simbolismos del «ozú» de Lolita Sevilla. Y que se den golpes orgullosos en el pecho pensando en la crítica política que subyace a la recreación de este pueblo llamado Villar del Río (que no Del Campo).

Yo lo que veo en «¡Bienvenido, Míster Marshall!» es un retrato precioso, enternecedor y amargo de los sueños perdidos y las esperanzas derrumbadas, no de un país, no de una sociedad, sino del ser humano. De este ser humano de campo, a quien no se le ha arrebatado la inocencia ni la humildad, lo suficientemente ingenuo para soñar y reírse de sus sueños, y aceptar la derrota con la misma dignidad que la victoria. Hombres y mujeres muy alejados de las ideologías de los libros, de los tejemanejes políticos, ambiciones europeas y críticas cinematográficas. Personas cuyo mayor deseo es una tableta de chocolate o unos prismáticos de colores. Yo lloro por ellos, y lloro por mi: porque todos, absolutamente todos, hemos sentido esa sensación de vacío cuando los sueños se destrozan

Es más, puede que estas gentes sean analfabetas y no sepan nada de lo que hay más allá de su pequeña tierra, pero ¿acaso debemos sentirnos avergonzados por don Pablo, la maestra Eloísa, o el campesino Juan, que sólo quiere que su hijo no llore por las noches? ¿Es que nosotros somos mejores que ellos? Yo siento admiración por su grandeza en la sencillez; y, al mismo tiempo, una inmensa pena por su pobreza, una de las grandes vergüenzas de la humanidad. Ellos, sin embargo, seguirán soñando, siempre soñando sin un reproche. ¿Es o no es para llorar?

Totalmente vigente, universal, humana. Imprescindible.
Kaori
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