Primero he de empezar diciendo que a mí me gusta más Jeremy Renner que Matt Damon. Esto es subjetivo, anecdótico, sin importancia e intrascendente, pero es así, no voy a ocultarlo. Lo que no sé es hasta qué punto me influye a la hora de valorar «El legado de Bourne», secuela que continúa, pero en paralelo y con nuevos personajes, las peripecias del entramado de Bourne.

El acierto de Tony Gilroy es que sabe lo que está haciendo. Es decir: sabe que tiene entre manos una película de acción sin complicaciones y no pierde tiempo ni esfuerzo en disimular que es la obra maestra del género, cosa que sí pretende la saga original. Así, que nos cuenten un embrollo sobre virus que alteran genéticamente a los seres humanos y viajen de Estados Unidos a Filipinas sin preocuparse de los costes, encaja en el tono, la forma, el fin y los resultados de esta película de correcto entretenimiento con dos pedazos y carismáticos actores como protagonistas: Rachel Weisz, a quien nos encanta que la protejan, y Jeremy Renner, a quien nos encanta ver que la protege. El amor está cantado. Él pega fuerte y con ganas, y hasta conmueve herido en una silla de ruedas, y ella desprende inteligencia y dulzura.

Por mi, que sigan navegando y llegue la segunda entrega.