Ah, bueno, no, que esto no es... Rectifico y empiezo de nuevo.

Basada en la novela de John le Carré, «Un traidor como los nuestros» llega a las pantallas de cine con el reclamo de un reparto de categoría. El guapísimo de Ewan McGregor, Naomie Harris y Stellan Skarsgard protagonizan lo que parece que puede ser un thriller competente y tenso, pero que al final resulta una pifia completa. Estoy empezando a pensar que este novelista está sobrevalorado, y eso que se empeñan en adaptar un montón de sus libros.

El caso es que la película ya desde el principio no te causa muy buena impresión. Llamadme exagerada, pero le comentaba a la amiga con quien la vi que los primeros minutos de una cinta son fundamentales para saber si es buena o mala. No siempre ocurre así, pero muy a menudo es suficiente ver el inicio de una película para hacerte una idea bastante acertada de lo que te ofrece. Esto no tiene explicación, o a lo mejor es que yo soy muy perceptiva, pero con «Un traidor como los nuestros» di en el clavo al intuir, en cuanto aparece ese bailarín congelado a cámara lenta y suena la sempiterna música de fondo sin parar, que esto no olía bien.

La historia es absolutamente inverosímil, no me la creo en ningún momento. El comportamiento de los protagonistas es un cúmulos de sinsentidos y los mafiosos estos tan peligrosos y que controlan tanto al mafioso traidor dejan pasar unas cosas que es para que los despidan de inmediato, como la parte en el club de tenis. Acción inexistente, y la que sale ni se rueda porque sería imposible justificar una incompetencia tal entre asesinos profesionales; véase, por ejemplo, la secuencia en el refugio de las montañas. Las emociones aparecen de un momento para otro, no hay auténtica justificación para las relaciones que se establecen y no plantea ningún conflicto entre los personajes, o legal, o político, o lo que sea. Nada. No hay nada.

Dinero tirado. A Ewan McGregor hasta la melena le queda bien, eso sí.