No sé de dónde viene eso de que los vampiros y los hombres-lobo se lleven mal y se maten entre ellos. Por qué, qué base tiene, a qué se debe. Esto parece más una paranoia de niño sin criterio alguno que lo único que quiere es que sus monstruos favoritos luchen juntos y revueltos. Ya no es tan molón que un vampiro mate a un humano ni que un hombre lobo se coma a una persona, ¡mejor que lo hagan entre ellos! A flipar un poquito, ¿no?

Además, como eso de morder, chupar y tener poderes mágicos está muy visto, es mucho más entretenido que los vampiros y hombres-lobo lleven armas y cuchillos, que así se pueden rodar escenas de acción a lo grande con cámaras lentas post «Matrix». Estupendo. Añádase a todo esto la sempiterna imagen del vampiro decadente y aristocrático tipo parásito; aquí llama la atención que vivan todos metidos en una misma mansión bebiendo sangre sintética (¡!) en copas de cristal. A mí por lo menos me llama la atención. Los hombres-lobo salen peor parados, porque mientras sus enemigos se dan a la buena vida estos malviven en las alcantarillas, sucios y melenudos. Ambos grupos tienen un líder... o algo por el estilo que mantiene con el otro una sangrienta y ardua batalla que dura siglos, pero a lo mejor ha llegado el momento de rescribir la Historia.

La verdad es que la Historia de «Underworld» no interesa demasiado y aunque mantiene cierta intriga sobre quién es qué y por qué, lo que de verdad me tenía preocupada era el futuro del humano y perseguido Michael Corvin, interpretado por un Scott Speedman que aquí está muy favorecido gracias a un personaje que es un máquina sin necesidad de poderes vampíricos ni lobunos. Habrá que ver si hay romance o no lo hay con la bella Selene de Kate Beckinsale. Por otra parte, «Underworld» diseña una estética recargadísima y oscurísima con mucho cuero negro de por medio que a mi parecer no es lo más afortunado del mundo ni aporta secuencias de impacto estético.

Más pose que otra cosa.