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Voto de Anibal Ricci:
10
Thriller. Drama Arthur Fleck (Phoenix) vive en Gotham con su madre, y su única motivación en la vida es hacer reír a la gente. Actúa haciendo de payaso en pequeños trabajos, pero tiene problemas mentales que hacen que la gente le vea como un bicho raro. Su gran sueño es actuar como cómico delante del público, pero una serie de trágicos acontecimientos le hará ir incrementando su ira contra una sociedad que le ignora. (FILMAFFINITY)
29 de diciembre de 2019
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay mucha lucidez en el guion de esta película, los detalles son meticulosos y Joaquín Phoenix ofrece una actuación insana que se interna por los recovecos de un alma atormentada. La mente de Arthur Fleck es la protagonista. Tanto lo han agredido en las calles y se han burlado de él, que su psiquis no tiene suficiente espacio para afrontar el maltrato. Está atrapada en una esquizofrenia cuyos orígenes permanecen ocultos, esperando estallar en cualquier instante. En su interior se aloja otro ser que se retroalimenta con el sufrimiento de su pasado y lo lleva a observar la realidad como un mundo oscuro que percibe mucho más amable que la superficie de civilidad. En el caos encuentra la paz que le permite abandonar su invisibilidad, la violencia es sólo un medio para desatar la ira.

La película avanza a un ritmo lento que muestra a una ciudad que ha dejado de lado a sus habitantes menos afortunados. Arthur es uno más de los desdichados que no experimentarán jamás un minuto de felicidad. Joaquín Phoenix está irreconocible, logra dar con un personaje que de verdad parece no existir. Su carencia de ego resulta chocante y el actor más que destacar, logra desaparecer por completo.

El telón de fondo es un mundo individualista, una crítica feroz a una sociedad que pretende uniformar a todos bajo la apariencia de obediencia y sumisión al sistema. Resulta terrorífico darse cuenta que no hay libertad para expresar la individualidad, simplemente serás arrasado por el escrutinio de la mayoría si no encajas con sus patrones y no respondes a lo que se denomina ser exitoso (aparecer en televisión). La ciudad es cruel y la gente adinerada no cultiva la empatía: «hay que acabar con la violencia». No la entienden como un síntoma de inequidad, sino que la violencia es simple delincuencia, la señalan como el último escalón de la maldad.

La ciudad coprotagonista no es Ciudad Gótica, es la mismísima Nueva York de la época de Ronald Reagan, la década de los ochenta con su neoliberalismo a ultranza donde los ricos se volvieron inmensamente ricos y donde el ciudadano de a pie sobrevivió gracias a la teoría del chorreo, recogiendo aquellas migajas que constituían el subproducto del sistema. Todd Phillips recoge el universo prestado de los villanos y superhéroes y lo transforma en un espejo de la realidad, no aquella del siglo pasado, sino que referencia el mensaje de la película a esta segunda década del siglo XXI. Porque esta Ciudad Gótica resulta el símil de la era de Donald Trump (Ronald, Donald, hasta se parecen sus nombres) cuya maximización de utilidades ya no es sólo económica. Rescata la avaricia sin límites del sistema neoliberal, pero Donald la perfila desde el egoísmo. «Yo soy rico y no quiero compartir mi riqueza…» con los negros, los latinos, con ninguno de estos inmigrantes que tanto molestan.

Donald es otro payaso que se esconde tras su máscara de pseudo libertad. También está enojado. No quiere compartir su riqueza. América First es su lema, que el resto del mundo se vaya a la mierda. Es un enojo respaldado en recursos económicos que pretende involucrarnos en distintas guerras contra vecinos, países, continentes, contra nuestro hábitat natural.

La película escapa del simplismo de Marvel o DC Comics. El mundo del libre mercado es demasiado televisivo. Espejismo violentísimo que aplasta a Arthur Fleck, que de tanto ser vulnerado y pasado a llevar por una sociedad sin escrúpulos, no le queda otra opción que convertirse en el Joker.

El sistema imperante propicia la aparición de habitantes desquiciados, dañados a tal punto que su personalidad se trastoca. Están enojados, quieren que la sociedad pague por el sufrimiento causado. Se ocultan tras una máscara de payaso, unos encapuchados que no tienen nada que perder. La violencia que infringen a la ciudad no es delincuencia, es el resultado de un mundo despiadado fundado sobre valores miserables. Están enojados y enfermos, no tienen nada que perder.

La verdad subyacente tras esa transformación del personaje es que los Arthur que va generando la sociedad se vuelven millones. Individuos que la sociedad ha enfermado, esquizofrénicos que comienzan a surgir en un mundo paralelo de caos gratificante. Volcando la ira a un ámbito destructivo, no sólo de su individualidad, sino con el objeto de ser escuchados, abrazando la peor cara de la anarquía, que enfatiza el concepto de insurrección y contraviene los modos tradicionales de la sociedad.

A la película no le importa el destino de Batman o el Joker. Es una cinta incómoda tal como lo fue «La Naranja Mecánica» a comienzos de los años setenta. Joker no es un comodín, es el fruto de un sistema que oculta su enfermedad tras el brillo de los rascacielos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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