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Voto de Ferdydurke:
7
7.9
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Drama. Romance. Aventuras
Rusia, revolución bolchevique (1917). La guerra civil que sigue a la revolución mantiene al país profundamente dividido. En medio del conflicto, asistimos al drama íntimo de un hombre que lucha por sobrevivir. Este hombre es Zhivago, poeta y cirujano, marido y amante, cuya vida trastornada por la guerra afecta a las vidas de otros, incluida Tonya, su esposa, y Lara, la mujer de la que se enamora apasionadamente. (FILMAFFINITY)
28 de diciembre de 2021
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grandiosidad operística que aúna/narra las más bajas pasiones y los más altos ideales.
Tres tipos humanos básicos masculinos muy enredados: el fanático resentido y fracasado como ser humano que se agarra a un absoluto para hacer frente a una existencia que se le escapa o no controla, le desborda, impotente, bestia, honrado pese a todo, Strélnikov; el oportunista o Fouché de toda la vida que sobrevive siempre y a toda costa y a cualquier precio, sálvese quien pueda, y que no tiene moral ninguna, pragmático y ruin y brutal y hasta puede que incluso a veces también la mar de generoso, Komarovsky; y el idealista leve o moderado, bueno por naturaleza, mimado, tímido, introvertido, indefinido, poeta y científico, lo tiene todo, es nada, ni pinto ni valdemoro, un lienzo en blanco, ni esposo ni amante nunca definitivo, solo esbozo, lloro, partido, dividido, siempre está en otra parte, débil y el más fuerte de todos, dadivoso y gran egoísta, contradictorio y sensible y hermoso, Yuri. Dos femeninos: la inmaculada o pura de buena cuna y la golfa a medias que en verdad no lo es tanto o casi nada, cometió un error de primeriza, se redime rápido de su prematuro pecado, fuerte, grande, esos ojos.
Y una lucha a muerte entre el individuo arrasado por la historia versus la marabunta colectivista metálica y atroz, llena de ideas muerte, es un monstruo grande que pisa fuerte.
Somos apenas corrupto barro animado un breve instante y empujado de aquí para allá por el más chusco e insulso o injusto azar, por la más negra concatenación disparatada de los acontecimientos que de vez en cuando tienden a pautar asociaciones de ideas o temas, humanas rimas, versos sueltos que se encuentran en medio de la nada, átomos que se chocan un momento y se pierden en la noche de los tiempos.
Canto a todo lo que el viento se llevó, a un tiempo pasado, elegíaco, amado, derramado, derrotado por la guerra y los bolcheviques, o de cómo la revolución justa y necesaria en un principio convierte a los hombres en robots despiadados, deshumanizados y dispersos, desaprensivos, sin escrúpulos, sicarios que se acaban destruyendo a sí mismos, guerra fratricida mediante, tras haber previamente calcinado todo su entorno.
La corrupción clasista zarista resulta elevada y elegante, hasta buena finalmente frente o en comparación con la absurda y endogámica barbarie comunista, momento histórico que aprovechan los más miserables para cometer todo tipo de fechorías, escuadra hacia el derrumbe.
Arquetipos y postales, la pura trama bordea peligrosamente, cuando no abraza directamente, el folletón más desmadrado y oligofrénico, pero se mantiene en pie con belleza y gran ornato, sensibilidad hipertrofiada mediante, debido a la potencia desnuda cinematográfica de una bestia tan culta y apabullante como es o más bien fue David Lean, ese inglés titán, en su plena madurez aparatosa y wagneriana.
Se mueve alternativamente entre el convencionalismo más populachero psicotrónico y la exquisitez más esteticista y detallista.
Bien, aunque se hace un tanto pesada y reincidente/redundante y cargante y pesada pesarosa, un no parar de sucederes y tragedias y separaciones y nuevos encuentros, como en Sensación de vivir, aquella portentosa cosa donde los tres o cuatro mismos mindundis eran a la vez todos los personajes o personas del mundo en aquel mismo momento, motivo crucial por el que coincidían tanto, en cualquier esquina o plaza de aparcamiento, y por el que se repartían todos los cargos o acciones más pistonudas, pues aquí igual, caminos artísticos insospechados que se cruzan, todo es comparable, hijos de similar dios, como en una madrileña corrala, sagrado patio de vecinos. Pero también está preñada de bellos hechos y renacimientos y epifanías, grandes momentos del espíritu humano, de estupendos aciertos y planos y transiciones y montajes paralelos y la feliz alada capacidad de poder unir con soltura y poder lo más impersonal y lo más pasional, lo más gigantesco y lo más pequeño.
Tres tipos humanos básicos masculinos muy enredados: el fanático resentido y fracasado como ser humano que se agarra a un absoluto para hacer frente a una existencia que se le escapa o no controla, le desborda, impotente, bestia, honrado pese a todo, Strélnikov; el oportunista o Fouché de toda la vida que sobrevive siempre y a toda costa y a cualquier precio, sálvese quien pueda, y que no tiene moral ninguna, pragmático y ruin y brutal y hasta puede que incluso a veces también la mar de generoso, Komarovsky; y el idealista leve o moderado, bueno por naturaleza, mimado, tímido, introvertido, indefinido, poeta y científico, lo tiene todo, es nada, ni pinto ni valdemoro, un lienzo en blanco, ni esposo ni amante nunca definitivo, solo esbozo, lloro, partido, dividido, siempre está en otra parte, débil y el más fuerte de todos, dadivoso y gran egoísta, contradictorio y sensible y hermoso, Yuri. Dos femeninos: la inmaculada o pura de buena cuna y la golfa a medias que en verdad no lo es tanto o casi nada, cometió un error de primeriza, se redime rápido de su prematuro pecado, fuerte, grande, esos ojos.
Y una lucha a muerte entre el individuo arrasado por la historia versus la marabunta colectivista metálica y atroz, llena de ideas muerte, es un monstruo grande que pisa fuerte.
Somos apenas corrupto barro animado un breve instante y empujado de aquí para allá por el más chusco e insulso o injusto azar, por la más negra concatenación disparatada de los acontecimientos que de vez en cuando tienden a pautar asociaciones de ideas o temas, humanas rimas, versos sueltos que se encuentran en medio de la nada, átomos que se chocan un momento y se pierden en la noche de los tiempos.
Canto a todo lo que el viento se llevó, a un tiempo pasado, elegíaco, amado, derramado, derrotado por la guerra y los bolcheviques, o de cómo la revolución justa y necesaria en un principio convierte a los hombres en robots despiadados, deshumanizados y dispersos, desaprensivos, sin escrúpulos, sicarios que se acaban destruyendo a sí mismos, guerra fratricida mediante, tras haber previamente calcinado todo su entorno.
La corrupción clasista zarista resulta elevada y elegante, hasta buena finalmente frente o en comparación con la absurda y endogámica barbarie comunista, momento histórico que aprovechan los más miserables para cometer todo tipo de fechorías, escuadra hacia el derrumbe.
Arquetipos y postales, la pura trama bordea peligrosamente, cuando no abraza directamente, el folletón más desmadrado y oligofrénico, pero se mantiene en pie con belleza y gran ornato, sensibilidad hipertrofiada mediante, debido a la potencia desnuda cinematográfica de una bestia tan culta y apabullante como es o más bien fue David Lean, ese inglés titán, en su plena madurez aparatosa y wagneriana.
Se mueve alternativamente entre el convencionalismo más populachero psicotrónico y la exquisitez más esteticista y detallista.
Bien, aunque se hace un tanto pesada y reincidente/redundante y cargante y pesada pesarosa, un no parar de sucederes y tragedias y separaciones y nuevos encuentros, como en Sensación de vivir, aquella portentosa cosa donde los tres o cuatro mismos mindundis eran a la vez todos los personajes o personas del mundo en aquel mismo momento, motivo crucial por el que coincidían tanto, en cualquier esquina o plaza de aparcamiento, y por el que se repartían todos los cargos o acciones más pistonudas, pues aquí igual, caminos artísticos insospechados que se cruzan, todo es comparable, hijos de similar dios, como en una madrileña corrala, sagrado patio de vecinos. Pero también está preñada de bellos hechos y renacimientos y epifanías, grandes momentos del espíritu humano, de estupendos aciertos y planos y transiciones y montajes paralelos y la feliz alada capacidad de poder unir con soltura y poder lo más impersonal y lo más pasional, lo más gigantesco y lo más pequeño.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Se acaba en una presa mastodóntica y deshumanizada, esclavos modernos, el ser humano ha sido ya borrado, en combate desaparecido, es ya solo un número sin nombre perdido en una lista traspapelada, el fin del hombre y de la historia.
Habíamos comenzado con un entierro, o de la desgracia mínima y encogida, tan íntima y dolorida, a la desolación industrial monumental, en medio, un poco de todo, agitación, extorsión, contorsión, sístole y diástole, anhelo, espasmo, meneo, afecto, pena, pesar y dolor, mucho espanto y esperanza y horror, alguna alegría, sexo y muerte, tanta tumba.
Así, poco más o menos, fue.
La novela era o es más elevada y desvaída y dispersa y anodina y culta y distinguida y reflexiva y poética y bonita y aburrida. Esta historia, a cambio, es más concreta y poderosa y banal y ruda y feroz y excitante y terriblemente feliz. Lo uno por lo otro.
Todo sigue de otra manera, ha triunfado el mundo máquina, ha perdido el alma. Nada será como antes. Cambio de ciclo y de rumbo, la historia ha pegado un gran volantazo. El paraíso perdido, por lo menos el de la infancia y juventud de Boris Pasternak, es solo un recuerdo difuso, vago.
Es, también, como una versión enloquecida de la edad de la inocencia de Wharton/Scorsese, como si les hubieran dado rienda suelta a aquellos otros personajes tan reprimidos/constreñidos/torturados por el clan familiar opresivo, como si a Archer y a Olenska les hubieran dejado por fin, ya era hora, echar un (o varios) buen polvo, probarlo, como si aquí, ella, la pérfida May, la esposa hubiera perdido la partida, venganza en diferido, como si hubieran estallado salvajemente todas las costuras sociales, como si el drama austero se hubiera transformado en un burdel ambulante, el corrupto convento en una orgía gélida, amor en los tiempos del cólera, sin duda de ninguna clase.
Habíamos comenzado con un entierro, o de la desgracia mínima y encogida, tan íntima y dolorida, a la desolación industrial monumental, en medio, un poco de todo, agitación, extorsión, contorsión, sístole y diástole, anhelo, espasmo, meneo, afecto, pena, pesar y dolor, mucho espanto y esperanza y horror, alguna alegría, sexo y muerte, tanta tumba.
Así, poco más o menos, fue.
La novela era o es más elevada y desvaída y dispersa y anodina y culta y distinguida y reflexiva y poética y bonita y aburrida. Esta historia, a cambio, es más concreta y poderosa y banal y ruda y feroz y excitante y terriblemente feliz. Lo uno por lo otro.
Todo sigue de otra manera, ha triunfado el mundo máquina, ha perdido el alma. Nada será como antes. Cambio de ciclo y de rumbo, la historia ha pegado un gran volantazo. El paraíso perdido, por lo menos el de la infancia y juventud de Boris Pasternak, es solo un recuerdo difuso, vago.
Es, también, como una versión enloquecida de la edad de la inocencia de Wharton/Scorsese, como si les hubieran dado rienda suelta a aquellos otros personajes tan reprimidos/constreñidos/torturados por el clan familiar opresivo, como si a Archer y a Olenska les hubieran dejado por fin, ya era hora, echar un (o varios) buen polvo, probarlo, como si aquí, ella, la pérfida May, la esposa hubiera perdido la partida, venganza en diferido, como si hubieran estallado salvajemente todas las costuras sociales, como si el drama austero se hubiera transformado en un burdel ambulante, el corrupto convento en una orgía gélida, amor en los tiempos del cólera, sin duda de ninguna clase.