No estaban muertos, estaban de parranda.
Esta me tumbó, lo reconozco, mi debilidad, mea máxima culpa, (no) lo asumo, me pudo, ni modo, a puro huevo y no, por goleada me ganó, me noqueó, en shock, no tan anafiláctico, técnico kao, más que verla diría que la soñé junto a Morfeo, mucho mejor amigo del hombre que el perro, duermevela, en estado de vigilia, como la noche antes de la definitiva batalla, la de reyes, la de Pascua, la de bodas, la del muere, la más oscura, la mitad de mi alma vagaba por Orión y Ganímedes, de las esferas la música, en pleno apogeo reposo responso, relajo, descanso, del guerrero, como en invierno un oso, y la otra inmersa en un dificultoso ominoso pringoso letargo, en el puro fango, la ciénaga, arenas movedizas, atrapado, sin salida, hasta el cuello, de arena o lo que sea. Es plúmbea, tediosa, aparatosa, inflada, espesa y eterna. Música estruendosa a ratos ¿étnica?, ¿new age?, primeros planos de ojos azules como el mar azules, gente que anda (Gerry), (El discreto encanto de la burguesía), en medio de la nada, existencialismo bruto, o de acampada (Picnic) de fin de semana con la tartera, la bota de vino (el pi piripipi pi) y el de tortilla gran bocata, y buenos muy buenos y blancos (ay cómo hemos cambiado, en apenas veinte años la piel y el alma se nos han ido oscureciendo a dios gracias, a pasos agigantados, ahora todavía somos mejores si cabe, el progreso) y malos muy feos y desagradables y horrorosos y no tan inmaculados y deformes y cetrinos (ese racismo y esa fobia a lo diferente y rechazo al discapacitado que ni con lejía se iba, vamos, Mr. Proper, limpia, higieniza).
En fin, infinita.
Religión para el que anhela del domingo la misa con la abuela y toda la familia, justo antes del vermut y Carlos con las rabas.