Cómo me hubiera gustado haber sido un pobre hispano o un negro arrabalero, haberme quedado embarazada de muy adolescente, tan precoz e inesperadamente, la envidia de todo el cole, traficar con droga mala, bailar rap en la madrugada y en los noventa tener una banda, partir la pana, matar con bala, todo sea para conocer de primera mano a esta profesora tan maja, que me salve la vida de a una, que me deje dormir en su casa y escuche con amor y paciencia todas mis tribulaciones más feas, que me invite a cenar al mejor restaurante de la ciudad y que nos jalemos un pollo entero regado con el mejor Ribera del Duero, que pague ella todas mis deudas, que me haga un hombre de provecho, hecho y derecho, que me enseñe poesía de la buena y Karate Marine, a enfrentarme con la muerte con la cabeza alta y el espíritu fuerte, también a mirarla a la cara y a rebelarme contra ella, la muy puta, a tocar la pandereta con el bardo Roberto; en fin, que como me hubiera gustado haber nacido en la Norteamérica ya añeja y que esta película fuera mi casa, mi hogar, mi morada eterna, que no acabara nunca, lo juro por George Dzunda, yo quiero montarme a horcajadas en tu montaña rusa.
Está claro que de entre todos los muy abundantes géneros cinematográficos que en el mundo han sido, mi preferido es con mucha diferencia el del profesor en ambiente hostil, misionero desnudo en la más salvaje jungla, del instituto siempre pericoloso, el de la redención, las excursiones y las más duras elecciones.
Siempre lloro y mucho me conmuevo con todo eso, es lo que tengo, hasta yo no soy perfecto, debo tener el alma franciscana, henchida, enhiesta, transida de mucha tristeza que anhela belleza y nunca la encuentra.
Ella es una portentosa actriz, además de bellísima como una flor orquídea, un regalo del cielo, la defensa ante el duro invierno, creo que no nos la merecemos, nunca suficientemente ponderada ni ensalzada, injustamente normalizada, como si no pasara nada, y aquí, para variar, está soberbia, parece protagonista de una alada comedia inglesa, no todo fueron penas y quebrantos, más o menos shakespeareana, viva, que aplauda la platea.
Es una versión menor de "El club de los poetas muertos", o hermana de aquella de Poitier ("Rebelión en las aulas") y prima de la de Berenger (El sustituto"); es una chufla, poco cosa, y esa es su mayor gracia, su modestia, su falta de ínfulas, su pequeña propuesta, oh, efímera empresa, su clara conciencia de que no vale mucho la pena y de que eso tampoco finalmente nada a nadie mucho le importa.
Había una de LaGravenese, creo, sí, "Diarios de la calle", que era más de lo mismo, pero mucho mejor, o eso recuerdo, la tengo que volver a ver, ya os contaré.