¿El hombre occidental está muerto y su cadáver ya empieza a oler? ¿Es hora de mirar a Oriente otra vez? ¿Basta ya de tanto materialismo histórico y capitalismo tecnológico y es momento de hacerse a una lado para retirarse a meditar, acompasar la respiración y hurgar en el pozo sin fondo de nuestra alma? ¿La medicina que conocemos no es más que bricolaje superficial y nosotros estamos sedientos, ávidos de consuelo espiritual? ¿El ego nos ha comido vivos y ahora se trata de tirarlo como trapo viejo que no hace más que estorbar?
Seguramente que sí a todo. Pero esto no es filosofía, ni autoayuda, ni charlatanería, es un revoltijo entretenido y muy ficticio que nos divierte durante casi dos horas de fraseos aceptables y bellas imágenes.
Es la toma de conciencia del hombre moderno. Cuando se da cuenta de que no tiene el control, de que nada depende de su voluntad, de que está a expensas del tiempo.
Y es la lucha a muerte entre los que tratan de fluir como surferos inexpertos, aprendices de levedad, y los amigos de la muerte, esa que se alimenta a fuerza de consumir vida.
Motas minúsculas y pasajeras dentro de un universo indiferente a su vez rodeado de millones de otros universos voraces y expectantes, eso somos o eso dicen.
Ya digo, esta alfalfa que nos calienta las entrañas está trabada con habilidad y hermosura, unida a una historia más vieja que el mundo, la del héroe que salva a la humanidad de la oscuridad, se redime de sus pecados de paso, descubre los arcanos de la sabiduría y comprende la esencia del hombre, el Monomito de Campbell una vez más.
Pasarratos estupendo que lidia con acierto en el fino alambre que separa la banalidad de la maravilla. Bastante bien. Mejor de lo esperado. Pero sin exagerar tampoco.