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Voto de Ferdydurke:
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Terror
Buscando diversión y nuevas experiencias, cuatro jóvenes estadounidenses se apuntan como monitores en un campamento de verano en España. Pero, al llegar al lugar, una extraña infección, que causa furia extrema a quien contagia, sumerge al grupo en una espiral de terror y locura. Comienza entonces una carrera a contrarreloj para encontrar la fuente del contagio y poder salvar sus vidas. (FILMAFFINITY)
28 de agosto de 2017
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La perra tiene rabia, mucha rabia rabia, bia ra bia ra, bia rarara, no, sí, Rasputín, rabiaaaaaa, orgggg gr, auhgh, oggggooo, uuuu, auuuu, Ulalume, ouhghooouuus, vamos, uuu, auuuu, oughhh, cagüen dios.
Personaje 1,2,3,4: ougggerrrrguuuh, fuck.
Coro: ughuuuhhhhh, yeah.
Otros: jjklllllmnnnoorrr, jodá.
Personaje 1,2,3,4: ougggerrrrguuuh, fuck.
Coro: ughuuuhhhhh, yeah.
Otros: jjklllllmnnnoorrr, jodá.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Al principio, los homínidos, en el amanecer del tiempo esos seres peludos y arrastrados emitían puros sonidos, engrudos vocales, tajos sonoros, significantes cortantes, juego de gruñidos impotentes, cuchillos al alba, sin remitentes, alboroto fónico, gargajos auditivos, rompimientos recónditos y abruptos augures, rotos desgarros, babas ululantes.
Duró una aurora entera. Casi nada. Hasta que llegó el significado y se agruparon/organizaron los aullidos como casi dios manda. Montaron un código, unos signos ordenados. Un lenguaje al fin y al cabo.
Un árbol no es un grito, era esa cosa con ramas y hojas. Saber a dónde ir y qué hacer. El paso era gigantesco. El progreso estaba en marcha. La civilización se anunciaba. Solo faltaban los platillos volantes y el dichoso monolito de Kubrick.
Ya teníamos juguete nuevo, conciencia, sentido moral, un pasatiempo, un juicio, un instrumento, un ejército de palabras con el que colonizar la puta realidad, construir el mundo a nuestra medida. Teníamos todo el poder. Eramos, por fin, los reyes de la creación. Hasta inventamos, para estar menos solos, un sinfín, una ingente cantidad de Dioses con sus respectivas hinchadas, superestructuras preñadas de significados y anhelos, juego de manos, truco de cartas marcadas.
Pero al final sucumbimos a nuestro destino. Maldijimos el sino. Quisimos volver atrás. Huir de la cárcel de oro. De tanto malentendido y una Babel endemoniada. Deseamos ser pasado, aborígenes, primarios seres rodeados de silencio y bosque.
Y, para variar, no pudimos.
Pero descubrimos el cine. Un arte puro. Silente. De una perfecta mudez. Y ahí sí que por fin fuimos plenos y solares de una jodida vez.
Pero la dicha, como siempre, duró poco. Hasta que llegó el sonoro.
Y aquí me encuentro yo ahora, desarmado, desmadejado, greñudo, derruido, un hombre solo es poco, pagando las consecuencias, el alto precio de todo ese desdoro. En un campamento de verano agosteño. Rodeado de niños hambrientos. Corriendo en la noche más ruidosa. Gimiendo. Añorando un silencio tan lleno de sentido vacío como el entero universo. Diezmado.
Ahíto (no).
Duró una aurora entera. Casi nada. Hasta que llegó el significado y se agruparon/organizaron los aullidos como casi dios manda. Montaron un código, unos signos ordenados. Un lenguaje al fin y al cabo.
Un árbol no es un grito, era esa cosa con ramas y hojas. Saber a dónde ir y qué hacer. El paso era gigantesco. El progreso estaba en marcha. La civilización se anunciaba. Solo faltaban los platillos volantes y el dichoso monolito de Kubrick.
Ya teníamos juguete nuevo, conciencia, sentido moral, un pasatiempo, un juicio, un instrumento, un ejército de palabras con el que colonizar la puta realidad, construir el mundo a nuestra medida. Teníamos todo el poder. Eramos, por fin, los reyes de la creación. Hasta inventamos, para estar menos solos, un sinfín, una ingente cantidad de Dioses con sus respectivas hinchadas, superestructuras preñadas de significados y anhelos, juego de manos, truco de cartas marcadas.
Pero al final sucumbimos a nuestro destino. Maldijimos el sino. Quisimos volver atrás. Huir de la cárcel de oro. De tanto malentendido y una Babel endemoniada. Deseamos ser pasado, aborígenes, primarios seres rodeados de silencio y bosque.
Y, para variar, no pudimos.
Pero descubrimos el cine. Un arte puro. Silente. De una perfecta mudez. Y ahí sí que por fin fuimos plenos y solares de una jodida vez.
Pero la dicha, como siempre, duró poco. Hasta que llegó el sonoro.
Y aquí me encuentro yo ahora, desarmado, desmadejado, greñudo, derruido, un hombre solo es poco, pagando las consecuencias, el alto precio de todo ese desdoro. En un campamento de verano agosteño. Rodeado de niños hambrientos. Corriendo en la noche más ruidosa. Gimiendo. Añorando un silencio tan lleno de sentido vacío como el entero universo. Diezmado.
Ahíto (no).