En la primera, hombres montaraces así yo la llamo o nombro, doy vida, el abuelo o yayo se casa con la una nieta, para que todo el mundo se la crea, y mueren un poco al tun tun, elípticamente que siempre es mucho más fácil, tú sí, tú no, es vigorosa y épica pero también la mar de tontorrona, dios lo quiera.
La segunda la de la mina de oro vale la pena por ella, por sus bailables cantares, menos por su masculino contrapunto contratante, Gregory Peck, grande, se lleva normalmente la mejor parte, reparte.
La tercera, la de la guerra, sale Peppard, es floja, no nos rasgamos las vestiduras, al pan pan y al vino todo.
La cuarta y el ferrocarril, Widmark, pobres indios, pobres búfalos, el otro Ford, el bueno o mejor de los dos, Henry, nada menos, es un ermitaño y un anacoreta para mí lo quisiera, como casi Mario Casas en aquella imposible absurda española montañera nevada.
En la quinta aparece Eli Wallach lo cual es bueno en cualquier ocasión, cachondo impenitente, mejora.
Colosal, dispersa, políticamente correcta, rara por el sistema cinerama, demasiado larga y adorablemente boba. Está mejor con las chicas (viva Thelma).