El final, sin ser malo del todo (tiene su lógica, de hecho; la venganza se cumple en todos sus términos), es sorprendente. Casi que parece una broma macabra o un chiste grotesco. Vamos a ver, le tienes toda la película al pobre chico arrastrándole por los pelos para que se enfrente a sus miedos y se haga cargo, para que se apunte al matarile que tanto ansías y ajuste cuentas de una jodida vez, y de repente, a última hora, cuando tú ya te vengaste y te quedaste a gusto con tu perfecta penetración fusilera, dices que ya no, que se acabó el juego, que te has vuelto demócrata y políticamente correcta, que ahora eres samaritana, puritana y pacifista, del club de los veganos más integristas, que ni una cucaracha ni por casualidad matarías. Así que te nublas y os vais las dos muchachas "a un lugar seguro", frescas como lechugas. Manda narices con el vacilón, tú y tu amiga con el coche y la conciencia limpia como un armiño blanco y el pobre chaval abandonado en medio de la sangre y el barro, aherrojado, con los demás machos recién asesinados, como un gorrino chapoteando en un lodazal putrefacto, tuerto, seducido y aparcado, muy abandonado. Así da gusto, montar el chiringo chungo para abandonarlo con melindres de niña bien en cuanto se pone feo y ya no me gusta. Firmo ese modus operandi tan simpático. Me apunto desde ya a esa gran fiesta.