De una botella de vino, nunca mejor dicho, nace la historia.
Cartón piedra y bufa opereta.
El principio o su premisa doble es ya un poco muchísimo increíble alucinante y lo demás dale al frasco, una epopeya de guardería en miniatura tan elegante y hasta ingeniosa como puerilmente muerta en la que buscas desesperadamente algo con lo que más reírte y tampoco es tan fácil, el traje lila de Mason embutido como un chorizo, el amor de repente un extraño, las heroicidades, las pasiones, los duelos a muerte, los reyes, las coronaciones, los consejeros, los encuentros, los cuernos, en fin, una visión del mundo, de la historia o de los hombres y las naciones como la que podría tener quizás un niño de hace cien años o un adulto cachondo con muchas ganas de pasar el rato, te amuelo, o quién sabe, tal vez sea el sueño húmedo más obvio y previsible de los hombres y las mujeres de antaño o de siempre, volver a la edad del pavo, no haber crecido, refugiarse en las faldas de la madre e imaginarse con poder y gloria, desfaciendo entuertos a todo trapo, luchando contra malotes delirantes y rindiendo damas del más alto copete y gran alcurnia, ahí estamos, Freud versión adolescente, con granos hasta en el cerebelo, no nos los quitamos ni con un soplete.