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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
9
Western. Drama William Munny (Clint Eastwood) es un pistolero retirado, viudo y padre de familia, que tiene dificultades económicas para sacar adelante a su hijos. Su única salida es hacer un último trabajo. En compañía de un viejo colega (Morgan Freeman) y de un joven inexperto (Jaimz Woolvett), Munny tendrá que matar a dos hombres que cortaron la cara a una prostituta. (FILMAFFINITY)
15 de julio de 2015
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sanguinario asesino despiadado, el que mataba mujeres y niños. Este es el estribillo, el leitmotiv de la historia que es repetido constantemente, como si de un poema épico se tratara o, tal vez, la letanía agónica de un Dios corrupto, alcohólico, montaraz.
No se escucha tanto la hermosísima pieza compuesta por el mismo Eastwood; unos pocos acordes conmovedores de guitarra que dan inicio y cierre a esta aventura negra como el infierno.
Un guion complejo (Webb Peoples, gran escritor desaparecido en combate desde finales de los noventa), riquísimo, desmitificador, contado con mano maestra por el tito Clint, acompañado por una bellísima fotografía, de tonos oscuros pero también con escenas "nevadas" y otras más luminosas, enormes personajes y muy buenos actores.
Es la historia de dos venganzas: la de las putas y la de Munny; se trata de recuperar la dignidad perdida y de honrar la amistad ultrajada; en un mundo terrible en el que solo hay dos tristes opciones: retirarse del mundanal ruido y vivir entre los cerdos (literalmente) o adherirse a la brutalidad reinante.
Tiene muchos tonos y temas, pero, sobre todo, es un western "revisionista", malhablado y prosaico, vulgar y zafio en ocasiones, la cara B, lo que nunca salía en la mejor tradición de Ford o Hawks; aquí se habla sin tapujos de masturbaciones, cagadas y zorras, de cegatos, malos carpinteros y nada menos que la reina de Inglaterra. Y es también un, perdón, "metawestern" que se cuestiona sus orígenes y leyenda, que los revierte, se ríe de ellos, con cariño pero implacablemente (el personaje del escritor y el momento en el que Little Bill le cuenta su versión de los hechos son dos momentos/elementos asombrosos, muy brillantes; el primero es un medroso y cobarde poetastro ansioso por descubrir mitos, por crearlos -sí, "Liberty Valance" ya se adelantó en aquel final glorioso-, el segundo supone una tremenda demostración de talento, la exposición sin ambages de la cruda verdad, seguramente, llena de revulsivo sarcasmo y reflexión atinada, como se verá al final -la rapidez y la puntería son buenas, pero menos importantes que la sangre fría).
Humor, ordinariez y bestialidad como inevitables y agradecidos acompañantes de la narración.
Y aun así no deja de ser un recuento de leyendas, un duelo de titanes: Bob el inglés, Little Bill, William Munny, Ned Logan... tienen un tamaño mítico, gigantesco.
Acaba siendo una extraña, deslumbrante mezcla de posmodernismo (esa afrenta inicial, la que mueve y da inicio a la trama, termina perdiendo sentido, deriva hacia el absurdo grotesco, ya que los perseguidos, los vaqueros que marcaron a la puta, se ven envueltos en una lucha de intereses y cruce de destinos que claramente les excede, tanto a ellos como al hecho en sí, convertido en una simple excusa, pálida, ridícula en comparación con lo que provoca y pone en juego, casi como el comienzo del proceso kafkiano en el que se apunta que alguien debió haber denunciado a K como si fuera algo anecdótico o inadvertido, casual, accidental, y se transforma progresivamente en una pesadilla fatalista, marcada, como si se hubiera puesto en marcha un mecanismo diabólico imposible de detener y del que en verdad nadie entiende sus razones profundas, su sentido o finalidad, y en el que conceptos como justicia, dignidad, verdad... aparecen como espantapájaros vaciados, diluidos en una confusión ambigua, inextricable, caótica y chapucera, cruel y ridícula*) y clasicismo (hay un héroe que triunfa y restablece el orden, aparentemente, se podría decir que mandaría la ley de las putas y los asesinos, que luchan contra el poder dominante representado por el sheriff, torturador, pateador y bestial, el proxeneta y los vaqueros maltratadores; un romanticismo irónico, confuso, lleno de furia y ruido).
Un personaje principal que recuerda obsesivamente un pasado que le atormenta para tratar así de conjurarlo, como si verbalizando la ristra de pecados nefandos perpetrados se redimiese, se inmunizase ante la tentación de volver a cometerlos. Pero la mirada es fatalista y viene a decir que más allá de las circunstancias cambiantes, somos inevitablemente de una determinada manera, algunos quizás más claramente que otros, y que aunque esta parezca enterrada u olvidada, sigue latente, al acecho, y Munny era, es y será un sicario, su oficio verdadero, su carácter y destino, su sino, el resto son solo excusas. Un personaje que recuerda a otro mítico ser de ficción, el juez Holden de "Meridano de sangre" (espeluznante poema sobre el mal, más metafísico y lírico, menos "humorístico" que "Sin perdón"; otra obra que recrea el pasado americano como un gran experimento de barbarie y perdición) concretamente, menos filosófico y mefistofélico que el creado por McCarthy, pero de cualidades y atributos semejantes (si forzamos la máquina de las comparaciones, ya que estamos, podemos ver reflejos también de otros personajes: el niño, Glanton, el capitán White... ).
Por lo tanto, se puede afirmar que es una película abierta, ambigua, en contradicción y lucha, inabarcable, ya que lo mismo pisotea los arquetipos que los reconstruye, tanto parodia los valores heroicos como los reivindica, ensalza la necesidad de buscar la justicia y la pervierte, cree en una moral y la niega, insiste en la fuerza redentora del amor y a continuación la desmiente.... De ahí esas frases finales, misteriosas, sin explicaciones ni aclaraciones fáciles, tan ensimismadas y relativas como todo lo demás, como, supongo, por otra parte, que debe ser la vida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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