La cosa comienza bastante bien. Un western calmado, una escena inicial brillante, gran ambientación, buenos personajes nacidos de buenas interpretaciones, cuya presentación se toma su tiempo, y planos cuidados dotando de elegancia las secuencias. La película promete.

Aparecen los indios, que en realidad son una tribu de salvajismo extremo, sumida en la prehistoria y habituada al secuestro, asesinato y canibalismo. Así nos los presentan y así nos lo creemos. La película se transforma en road movie, con toques de humor, drama y terror entre mucha palabrería. Sigue siendo interesante. El viaje se percibe como hostil y el destino fatal. La historia es muy simple, pero los personajes acaparan la atención, y como todo buen western, se prepara el terreno para el intenso duelo final.

Pero el duelo es lo que no debería ser: un espectáculo de violencia gratuita, salvajadas que hacen apartar la vista de la pantalla y nula tensión o terror. Un espectáculo de lo grotesco, efectista, buscando sensaciones de ira o asco en el espectador. No tiene razón de ser. La credibilidad apenas se sostiene y, lo peor de todo, no hay mensaje. Llegados a un punto parece que la moraleja tratará sobre la importancia de la inteligencia y puede que por ahí intentase ir la película, viendo quien sobrevive, pero aparte del momento silbato no veo más inteligencia en los protagonistas que en los salvajes. Se limitan a ir allí sin un plan a disparar a lo loco, sin molestarse en estudiar al enemigo, con prisas, 'a ver que pasa'. Los hachazos de la tribu terminan por nublar el argumento, la psicología de los personajes, y cualquier otro tema tocado en el camino.

El espectáculo comienza, y todo el mundo calla. La mente se queda en blanco. La película, también.

Eso sí, la travesía ha estado bien. Por un instante, creí ver un western de los que hacían época.