Puede que le pese la sombra del clásico francés de los años 50 por ser aquel un peliculón difícilmente repetible, pero William Friedkin hace un mastodóntico trabajo, dando como resultado una película absorbente, violenta, ruda y espectacular.

La historia central es similar pero la forma de abordarla es diferente. Se inclina más hacia la aventura y la acción, dejando un poco de lado el suspense y realismo de la original. El polvoriento clima árido es sustituido por el húmedo ambiente tropical. Hace hincapié en la naturaleza criminal de los protagonistas, condenados a ese infierno verde de penurias por méritos propios. Pobres diablos que no merecen otra cosa más que sufrimiento. Parcos en palabras pero unidos por el angustioso viaje hacia ninguna parte, asistimos a su descarnada lucha contra la adversidad, sacando fuerzas aún cuando parecía que la energía vital de sus cuerpos había sido drenada.

Roy Scheider, Bruno Cremer, Francisco Rabal y Amidou están más que correctos, con unas interpretaciones muy físicas. En su rostro se puede apreciar lo agotador del duro recorrido.

Consta de impresionantes secuencias que sin duda no fueron fáciles de rodar. Visualmente es colorida, de gran belleza, artística. La parte final es tremenda, llevándose el relato casi al terror, incluso recordando a la obra magna del director, “El Exorcista”. Deja una sensación desoladora en el cuerpo, reflexionando sobre la locura a la que te puede empujar una vida cruel, sobre lo poco que dura el éxito y lo mal pagado que está.

Pese a no alcanzar el nivel de la película original, es lo bastante diferente y buena película como para merecer la pena su visionado.