Sin salirse de la línea de la primera entrega, esta secuela tiene una calidad similar, misma historia (jóvenes en busca de sexo y drogas, potenciales víctimas del asesino de turno) incluso similar manejo de cámara y utilización de las mismas técnicas.

El suspense es quizás mayor, puede que gracias a unas mejores interpretaciones, aunque tampoco son para destacar. Como buena secuela de slasher, tiene lo esperado: más muertes (menos espectaculares, pero bueno), más sangre, más mujeres desnudas y más intensidad. La ambientación está un poco menos conseguida.

Es bastante corta. Son 87 minutos de los cuales los siete primeros se gastan en resumir la primera parte en un acto de rellenar minutos de forma gratuita. Pasado el tedioso inicio, resulta tan divertida como su antecesora y una buena elección para pasar el rato.

Además, aquí nace Jason Voorhees como tal, aunque aún no tiene su máscara. Resulta curioso que uno de los más famosos asesinos del cine surgiera gracias a las secuelas.