Esta película tiene lo que hace que una obra artística se convierta en genial: es absolutamente libre.

El autor dice lo que quiere, utiliza los recursos que quiere y no le teme ni a lo excesivamente trascendente ni a lo chocarrero. Simplemente aprovecha las posibilidades que el lenguaje cinematográfico le ofrece aunque nadie lo hubiera hecho antes.

Tiene la osadía de pretender que los espectadores nos pongamos a pensar en serio, a empatizar con sus opiniones (las de los personajes), sus filias y sus fobias, su sentido del humor, a seguir su ritmo moroso, el de las conversaciones lentas y pensadas. El equilibrio sin embargo es perfecto: el peligro de la excesiva poetización se frena con los penes y las vulvas de atrezzo, o con las bromas de los personajes. A todos ellos se nos deja conocerlos por lo menos con una pincelada (otro acierto).

De momento es la única película que conozco que traslade tan perfectamente a la pantalla los temas y las imágenes de la poesía: es un clásico y es única.