Y es que su fijación por la tecnología de captura de movimientos sorprende, máxime cuando los resultados artísticos han sido pobres (a mucha distancia de los bichos azules de Pandora) y los varapalos en taquilla nada desdeñables. En este caso pone de tentetieso a Simon Wells, pero el fracaso es tuyo, Robert: partiendo de un guión simplemente memo se comete el error de, en vez de añadir digitalmente los elementos mínimos, recrear todo todito, incluidos humanos. Con esto, aparte de gastar mucho más dinero, se consiguen unos personajes que no dan el pego (véase la teoría del valle inquietante: muñecos que no parecen ni completamente artificiales ni completamente humanos), una cinemática pésima y un aspecto visual plomizo. No arranca está película en ningún momento ni en emoción, ni en interés ni en sorpresa estética, por lo que me parece un gran acierto que en nuestro país fuera derechita en el DVD. En resumen, James Cameron sabe muchísimo mejor como gastar su dinero.