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Voto de Juan Marey:
8
Cine negro. Drama En una pequeña ciudad unos ladrones atracan un banco y se produce un asesinato, que parece haber sido cometido por un apocado empleado de la entidad asaltada. Se trata de Leon Poole, que resulta ser el cómplice que había proporcionado a los ladrones la información necesaria para realizar el atraco. (FILMAFFINITY)
11 de diciembre de 2016
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La figura del norteamericano Budd Boetticher está primordialmente ligada el western (más en concreto, al llamado “Ciclo Ranown” de westerns protagonizados por Randolph Scott) , género al que aportó algunos de sus exponentes más secos, áridos y personales. Sin embargo, su talento también pudo manifestarse en otros géneros tradicionales, entre los cuales no quedó ajeno el policíaco y la manifestación tardía del cine de gangsters. Se trata de una vertiente a la que aportó una de sus obras cumbre “La ley del hampa”, 1960, y pocos años antes otro título por lo general ignorado a la hora de hablar de la personalidad de su artífice, me estoy refiriendo a “El asesino anda suelto”, 1956, la muy interesante producción que hoy nos ocupa.

Realizada inmediatamente antes de iniciar el antes referido ciclo de westerns, “El asesino anda suelto” quizá sea una de las películas pertenecientes al cine negro de los 50 que ofrecen una mirada más demoledora sobre el “American Way of Life”, pudiéndose insertar dentro de un ciclo abierto de títulos que cuestionaban no solo los perfiles del mencionado “American Way of Life”, sino el conjunto de instituciones emanadas en el aparente sistema de libertad y progreso que definía la Norteamérica de aquellos años cincuenta, y que van desde dos títulos como “Mientras Nueva York duerme”, 1955 y “Más allá de la duda”, 1956, ambas del gran Fritz Lang, a la hitchcockiana “Falso culpable”, 1956, o a “Impulso criminal”, 1959, de Richard Fleischer.

Boetticher nos demuestra aquí su pericia narrativa desde el primer plano de la función, ofreciéndonos una dirección directa y rotunda y creando una tensión in crescendo que no decae durante toda la trama. Nuestro amigo Boetticher se vio ayudado además por el excelente concurso de su trío protagonista. Joseph Cotten demuestra otra vez que por sus venas en vez de sangre corría el don de la interpretación, aun cuando su personaje es el menos interesante entre los principales. Por su lado, Rhonda Fleming posiblemente esté ante la mejor interpretación de su carrera, menos glamurosa y mejor actriz que nunca. Pero a quien hay que alabar realmente en esta ocasión es a Wendell Corey, que hace una labor impresionante, su manera de andar entrecortada y oscilante, su voz suave y pausada y la expresión de sus ojos, que hay que adivinar tras sus gafas, dan al personaje una humanidad que engaña y disfraza su mente obsesionada; un personaje complejo, poliédrico y fascinante, maleado por una sociedad que quizá debiera haberle atendido en vez de despreciarlo.
Juan Marey
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