Echando la vista atrás me he dado cuenta de que ‘Trainspotting‘ del director Danny Boyle cumple este año la friolera de veinte años y bien merece una revisión, ahora que parece que por fin se va a filmar su secuela.

La definición de una película de culto es aquella que ha adquirido alguna clase de culto popular, ya sea por su formato, su producción, su trama o su significado histórico. Veinte años después de su cacareado y polémico estreno, ‘Trainspotting’ ha pasado a ser una producción de culto entre los cinéfilos, incluso aquellos que éramos demasiado jóvenes como para disfrutarla en su estreno.

Basada en la novela homónima de Irvine Welsh, la película narra las aventuras de Mark Renton, un joven escocés, y sus amigos. Son adictos a la heroína, lo que significa que viven fuera de la realidad, en un mundo aparte. Ya desde su original introducción, con la voz en off del protagonista, ‘Trainspotting’ nos engancha y nos cuenta las peripecias de un grupo de amigos y sus coqueteos con el mundo de las drogas, el sexo y violencia. La historia es manejada por Boyle a su antojo, con su particular forma de contar las cosas.

Además le da pie a ciertos gags que alivian el peso dramático de la función y hoy todavía somos capaces de recordar la brutal escena del cuarto de baño (por poner un ejemplo). Todo aderezado con una banda sonora que acompaña y acaba siendo un personaje más por ser el reflejo de la década de los noventa.

La película dio a conocer a un conjunto de actores desconocidos, que brillaron en sus respectivos papeles. Fue el salto a la fama de los Ewan McGregor (nunca ha estado más brillante que en esta), Robert Carlyle (después fue, incluso, villano Bond) o Jonny Lee Miller.

Una obra cumbre del cine europeo. Una película obligatoria por muchas razones (música, reparto, historia, dirección…) y que tiene una legión de fans.

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