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Voto de Hitchcock10:
10
Drama Historia dramática que recorre 12 años (2002-2013) de la vida de Mason (Ellar Coltrane) de los seis a los dieciocho. Durante este periodo, se producen todo tipo de cambios, mudanzas y controversias, relaciones que se tambalean, bodas, diferentes colegios, primeros amores, desilusiones y momentos maravillosos. Un viaje íntimo y basado en la euforia de la niñez, los sísmicos cambios de una familia moderna y el paso del tiempo. (FILMAFFINITY) [+]
1 de octubre de 2014
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Boyhood' es una película colosal, un acontecimiento de dimensiones ciclópeas escondidas tras una engañosa sencillez que puede hacer que más de uno acabe inesperadamente sobrecogido al final de su visionado. Estamos ante una obra pequeña y grande a la vez, pequeña porque ensalza los momentos menos llamativos de la vida, y grande porque el trascendental impacto de la sucesión de estos momentos la convierten en una poderosa reflexión sobre el paso del tiempo y en un trozo de vida misma puesto en la pantalla. Sé que puede parecer que exagero. No es así.

Rodada a lo largo de doce años (2002-13) en los que los propios intérpretes (estupendos Ellar Coltrane, Ethan Hawke y Patricia Arquette), como sus personajes, han crecido y madurado, en la radical propuesta de Richard Linklater se difumina la frontera realidad-representación de tal manera que la cinta termina no imitando a la vida sino convirtiéndose en ella. El director estadounidense acomete aquí en realidad una empresa similar a la de esa delicia que es la trilogía formada por 'Antes del amanecer', 'Antes del atardecer' y 'Antes del anochecer', pero de sesgo mucho más radical. Si en ese caso exploraba la evolución del amor de Jesse y Céline a través de tres películas distintas con una separación de nueve años de por medio (1995, 2004 y 2013), en 'Boyhood' Linklater nos muestra, en una sola película, la huella que el tiempo va dejando en una familia levemente disfuncional. Como todas, al fin y al cabo.

Y el tiempo es aquí, efectivamente, el gran protagonista. Ese tiempo que cura (y causa) todas las heridas y que impone un reajuste constante de unas relaciones (la amistad, la familia, el amor) que van cambiando de modo inevitable porque nosotros vamos cambiando. Nunca somos los mismos que hace un instante, pues el tiempo es un flujo que nos moldea segundo a segundo, y la persistencia de nuestra propia identidad no es sino una falacia. No estoy cayendo en elucubraciones pseudofilosóficas o pajas mentales fruto de un estado de ánimo exaltado tras la experiencia que supone ver esta película. Es un hecho irrefutable: ni siquiera a nivel celular somos los mismos seres que éramos ayer.

El tiempo es además contradictorio porque, si bien es universal y nos cambia a todos, también es personal porque deja en cada uno de nosotros una impronta individual y propia. Todos evolucionamos, y sin embargo nadie evoluciona igual que los demás. En 'Los enamoramientos', de Javier Marías, la narradora afirma que “uno ignora lo que el tiempo hará de nosotros..., en qué es capaz de convertirnos… Avanza sigilosamente,… nunca nos da un...sobresalto. Cada mañana aparece con su semblante tranquilizador e invariable, y nos asegura lo contrario de lo que está sucediendo: que todo está bien y nada cambia, que todo es como ayer,… que quien nos odiaba nos sigue odiando y quien nos quería nos sigue queriendo. Y es todo lo contrario, en efecto, sólo que no nos permite advertirlo con sus traicioneros minutos y sus taimados segundos, hasta que llega un día extraño, impensable, en el que nada es como era.” Esta verdad axiomática, cómo el tiempo nos va transformando a todos nosotros y por tanto a nuestros vínculos de manera imperceptible pero cierta, es uno de los dos elementos que vertebran esta hermosa película.

El otro, la innegable realidad de que la vida adquiere su esencia básicamente en los aparentemente banales momentos cotidianos, y que el 99% de nuestra existencia está compuesto no por líricos puntos de inflexión sino por experiencias nada epifánicas que van conformando nuestra identidad. Como aclara el propio Linklater, “rehuí el drama, quise capturar pequeñas conversaciones, la vida”, y por ello el director omite los típicos grandes momentazos (el primer beso, la muerte de un familiar, o cualquier otro hecho traumático) para dejar patente que puede haber mucho más significado en la simple acción de enterrar a un pajarito, en discutir con nuestra novia sobre lo adictivo de las redes sociales, en que nuestra madre nos explique en la cama algo que no acabamos de comprender pero que nos da igual porque lo que nos importa es ese consuetudinario abrazo suyo mientras se recuesta a nuestro lado, en bañarnos con nuestro padre en el río o en no enterarnos de qué demonios quiere decir ese mismo padre hablándonos de una canción que nos suena a chino. La vida es una cosita más de andar por casa y no está tan llena de momentos mágicos, o mejor dicho, quizá su magia resida en estos pequeños detalles triviales.

Aunque sea una inmodestia autocitarse, traeré a colación unas palabras que dediqué a otro título de Linklater, 'Antes del anochecer' (http://www.ojocritico.com/criticas/antes-del-anochecer-amor-adulto/): “Como en el mejor Rohmer, parece que no sucede gran cosa, y sin embargo todo está sucediendo, la vida está sucediendo, y los personajes, sin estruendosas tragedias de por medio, ríen lloran, son felices, sufren, y, fundamentalmente, aprenden un poco más acerca del sentido de la existencia y de lo que significa madurar”. Aquí Linklater, fiel a su estilo naturalista, nos vuelve a mostrar eso mismo. Sin altisonancias, dejando a un lado dramatismos exagerados, coloca de nuevo ante nuestros ojos un agridulce retal de vida que no aspira a ser un catalizador para la nostalgia complaciente y facilona. No salimos del cine con unas agradables lágrimas en nuestras mejillas, sino extrañamente satisfechos pero con un regusto muy amargo.

Más allá del valor anecdótico de su curioso y dilatado proceso de creación, no estamos ante experimentalismos vacuos, sino ante una obra coherente, conmovedora en su sencillez y autenticidad y épica en su alcance. Sus dos horas y media largas de duración se hacen cortas, y uno acaba sacudido y seguro de haber presenciado una proeza artística. Ni siquiera en estos tiempos de confusión cinematográfica, 'Boyhood' pasará inadvertida. Si lo hace, es que el mundo ya tiene poco remedio.

Calificación: 10/10.
Hitchcock10
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