Comanche Todd no sólo es un personaje fronterizo por ser un blanco criado con los indios: cuenta con el agravante "moral" de haberse puesto fuera de la ley por haber vengado la violación y muerte de su esposa india, y la muerte de sus dos hijos. Resulta paradójico que el asesino, el forajido, el comanche blanco -en suma, el personaje que en principio ha de ser, para los miembros de la caravana de colonos, y para el espectador de 1956, el personaje más odioso, o más despreciable, o más amenazador- sea el que se erige en héroe cuando decide quedarse a cuidar de los jóvenes supervivientes de la caravana, después de que los apaches ataquen por la noche y maten a casi todos los colonos (en un acto de represalia y venganza por una masacre previa dirigida contra el pueblo apache, como luego sabremos), en vez de huir de allí, como sería lo más lógico.

¿O no es así? ¿No es acaso lo más lógico lo que ocurre? Comanche Todd, cuidando y protegiendo a jóvenes inexpertos, tomando sus vidas bajo su responsabilidad, se convierte en padre vicario de una familia vicaria, imprevista, improvisada: el que perdió a su familia verdadera recupera a una "familia" que, en cierto modo, acabará sustituyendo a su familia muerta. La locura del protagonista, su caída en la violencia y el asesinato, en el crimen, devienen de esa pérdida de la familia, de ese repentino desarraigo. Del mismo modo, la recuperación de la familia supondrá el perdón de la ley y la justicia, un perdón que es lógico de acuerdo con esta lógica, pero no fuera de ella. En resumen, redención y familia, viaje físico y psicológico, pérdida y recuperación en este western, más que pro-indio, a favor de la familia y la paz. Lástima que el énfasis en ciertos ideales haga que hoy este film se vea excesivamente ingenuo.