Para entender esta crítica es imprescindible ver este vídeo:
http://www.youtube.com/watch?v=Op-TND_BMP4

La sociedad ha cambiado, aunque la esencia sigue siendo la misma. Esa esencia está claramente representada en la mandíbula batiente de la Knightley, que cual hueso de Kubrick, se convierte en símbolo de transición hacia la época actual, representada en la quijada del -mítico- Ogro de las Drogas. Y de fondo, el mismo problema: ¡Queremos follar! ¡Follaaaar! La solución a semejante dilema está implícita en la propia sensación que suscita la visión de ambas quijadas bailando por fandangos. Siempre fue la misma: garrotazo.

Me explico: ahí tenemos a la Knightley, a quien le va la marcha, que se enfrenta al constante asedio del educador de turno que pretende curarle la "viciosidad" a base de darle el coñazo, o como diría Freud, hurgarle con el dedillo en la psique. El bueno de Jung se esmera, pero cada vez se hace más evidente que no es precisamente en la psique donde tiene que hurgar para aliviarle las penas a esta señorita.

Al final, la cabra tira al monte... que es justo al mismo sitio adonde tira el alegre Ogro de las Drogas, que por muchas clases de Educación para la Ciudadanía a las que vaya, o por mucho que la Junta de Andalucía se empeñe en darle una educación que ríete tu de Oxford (usuarios y usuarias, no olvidéis consultar vuestra guia de lenguaje no sexista), al final lo que quiere es pillar cacho, así se deje la mandíbula en el intento, y se lanza a la conquista de niñas pavicas y algo "disinibidas"que gustan también de cotorrear para disimular ciertas carencias.

Así que ese es el asunto, tirarse el pistacho y dar el pego. Ojo: no es fácil. A menudo se le acaba viendo el plumero al fulano. Que se lo pregunten a Zapatero en su comparecencia -mítica- con Medvedev para hablar de los objetivos de cooperación turística entre España y Rusia (para estimular, para favorecer, para FOLLAR...) Y claro, ya sea en épocas victorianas o zapaterianas, al final pasa lo que pasa. Que llega un momento en el que hay que dejarse de tanta palabrería, y o te lías a garrotazos -o sacas la garrota, que no es lo mismo-, o se te pasa el arroz y te quedas con el culo al aire.

Total, que lo de Cronenberg con la violencia es para escribir libros. Qué tio. Con esta peli va más allá y directamente incita al espectador a liarse a ostias con la pantalla. Gran culpa de ello, claro, la tienen los actores, que interpretan de maravilla personajes cada uno más repelente que el otro. Viggo lo borda, pero tienes que escucharlo hablar con esa parsimonia y ese acentarro alemán. La Knightley, por contra, trabajó mucho la mandíbula pero poco el acento, se suponía que era rusa pero no trabajó bien esos matices.