Mitad pez mitad mujer, con tu canto nos embelesas como náufragos del abismo no escrito, con la mirada te seguimos hasta los límites de tu verdad. Con el bisturí te dividen, ahora eres mujer, ahora eres pez, sin saber qué parte te concede la vida y cuál es la desechable certeza. Ocultando tu rostro contra la pared, mostrando tu orgullo bajo los mil velos del disfraz nocturno. Tan pequeña como sirena, que ser pez para siempre, ser mujer como nunca es una holgada decisión.

Canta sirena que no podremos ni tan siquiera movernos, estatuas de sal que endulzan el público diurno para contrarrestar tu diversión. Reina de los mares, que se ahoga bajo el agua y flota en los escenarios. Tanto que contar desde tan aclamado espíritu. Una vida tras otra, cada nuevo vestido es un nuevo corazón: de lagarto, de jabalí, de todas y cada una de las bestias que han intentado comerte el tuyo con mucho amor.

La fragilidad que con una irresponsable fuerza ocultas rompe tus dos universos para sólo dudar de un verdadero caos. Tienes marcas en el cuerpo que se adelantan a tu voz, contando lo que cantas, cantando lo que vives, una sirena perdida en el mundo que mantiene dos bandos, los hombres, las mujeres, la desdicha y la fortuna, tú siempre serás especial por voluntad propia, a la espera de saber si pez, mujer o sirena es una felicidad prematura.

Así que todos juntos: me pongo algo de maquillaje, el disco en el ocho pistas, cojo la peluca de la estantería...

Antes y después de esto eres tú, seas quien seas. Tal vez no importe la identidad, tal vez no quieras admitir, sirena, que nunca supiste nadar, pero que cantando hacías que todos te siguieran sin más. Tener a los dioses en contra nunca resultó tan terrenal.