Debut en la dirección de Thomas McCarthy, con una película modesta de corte claramente "indie". A grandes trazos, el film se centra en la figura de Fin (Peter Dinklage), un enano que tras heredear una modesta estación situada en un apacible pueblo, decide trasladarse allí, en busca de tranquilidad.

McCarthy, con un film sencillo, reposado, apacible y sin estridencias, retrata como alrededor de Fin se va creando un curioso círculo de personajes, también baqueteados como él (aunque por diferentes circunstancias) que lo componen el simpático, y pesado, vendedor ambulante (Bobby Cannavale) y Olivia (Patricia Clarkson) que está pasando un momento complicado en su vida. En el fondo, el realizador nos habla de no sólo de los prejuicios que solemos tener ante los que son diferentes, sino también no habla de la soledad, la incomunicación (ese teléfono que casi nunca es descolgado), de cómo nos terminamos refugiando en nosotros mismos. El caso de Fin es más que evidente, pese a que parece haber superado los complejos de su talla, trata de evitar a un mundo que se ríe de él o le trata con condescendencia y compasión, huyendo de todo eso se refugia en la modesta casa que hereda y pese a sus reticencias iniciales, acaba buscando el calor humano. En otro nivel se sitúa Olivia, refugiada en el pueblo tras sufrir una desgracia familiar. El que ejerce de catalizador es Joe, un joven atrapado allí debido a la enfermedad de su padre, de quien debe de hacerse cargo pero que consigue transmitir el deseo de hacer piña.

Desde una posición modesta, McCarthy nos enseña a un puñado de personajes que giran todos alrededor de Fin, eje sobre el que se asienta toda la historia, localizados en un entorno apacible, distante de la gran ciudad, pero con sus propias cargas personales a cuestas, cargas que no diferencian edad, condición, sexo, tamaño, posición social, aunque con muchas ganas de deshaogarse. El receptor sera precisamente el más asocial de todos, el enano, cuya coraza que se ha fabricado para huir de la falsa compasión y de la burla, se va desmoronando poco a poco. Y el realizador lo muestra de forma natural, gradual, sin que ello suponga una ruptura radical o un trauma.

A lo largo de 90 minutos escasos asistimos a las vivencias de unas personas, normales y corrientes, como podemos ser nosotros, y el gran mérito del realizador es hacer que nos quedemos atrapados en ese pequeño y modesto universo que fabrica que no deja de ser un pedazo del mundo que conocemos.