No conozco mucho la filmografía de Isabel Coixet (asignatura pendiente), pero Mi vida sin mí es una extraordinaria película. Es más, diría incluso que es una obra maestra. Demagogia, dicen algunos. Historia increíble e infumable, dicen otros. Sensibilidad a raudales y belleza de esa que duele, digo yo. Yo y muchos otros. Porque, cuando se está hablando de lo que hacer cuando se sabe que quedan unos pocos meses de vida, no sé qué Dios existe por ahí que se atreva a juzgar las acciones de Ann. Lo más inteligente del guión milimétrico de Coixet es que en ningún momento juzga a una protagonista que aprovecha su enfermedad para hacer un buen puñado de cosas absurdas o incluso cuestionables. ¿Y qué? ¿Qué importa cuando su historia se nos cuenta con tanto mimo y tanta delicadeza, con ese dramatismo tan bien entendido? ¿Qué importa cuando hay un reparto inmaculado como el que encabeza una estratosférica Sarah Polley (todos están maravillosos: Scott Speedman, Mark Ruffalo, deborah Harry, Amanda Plummer, Alfred Molina, Leonor Watling, Maria de Medeiros)? ¿Qué importa cuando Coixet nos regala secuencias tan emocionantes y emotivas como la de Sarah en el coche grabando esos mensajes para sus hijas? Resulta imposible no identificarse con Ann en sus deseos y sobre todo en lo que hace para con sus hijas y su marido. Es imposible no pensar en qué haríamos nosotros si nos tocara esa papeleta.
No pierdan el tiempo en leer más críticas: véanla. Es la mejor manera de decidir si Isabel Coixet es una grandísima cineasta o una gran pedante. No hay mucho más término medio.

Lo mejor: Todo
Lo peor: Nada