Teniendo en cuenta el mal sabor de boca que han dejado en muchos fans de siempre de Star Wars las últimas películas, es un bálsamo contar con una serie como The Mandalorian. Una serie, además, que va a abrir la puerta, según ha anunciado Disney, a decenas de otras series y películas enmarcadas en el infinito universo que creó George Lucas.
Esa es la mejor noticia, sinceramente. Que por fin se aproveche y se explore el universo dejando atrás la consabida confrontación entre Jedi y Sith, que al final las tres trilogías que hemos visto en cine han girado siempre en torno a lo mismo.
Esta segunda temporada de The Mandalorian no sólo nos ha permitido saber el nombre del "baby Yoda" o conocer por fin el rostro de Mando, sino que ha ahondado en lo que hizo tan buena a la primera temporada: el western. Porque Star Wars siempre ha sido más western que ciencia-ficción o space opera, y The Mandalorian es western puro. Din son es como un vaquero solitario, sin rostro, sin nombre (por lo menos antes), sin mujer, sin pasado, sin compañías. Sólo con sus armas, su nave, su misión y su código de honor. Y eso es lo que hace la serie tan atractiva. Eso, y su capacidad para entretener con unos guiones muy bien escritos, una producción fabulosa, unos guiños a la saga que los más fans adorarán (cierto cazarrecompensas...), la reconversión de personajes algo odiados en roles fabulosos (Ashoka Tano, a quien interpreta una perfecta Rosario Dawson... y ojo, que va a tener serie propia) y un enorme acierto a la hora de hacer los capítulos tan cortos, a veces tanto como apenas 35 minutos. No cansa, no agobia, no satura. Bien.
Es cierto que, a veces, algunos episodios son un poco relleno para lo que va a venir después, y no siempre lo que nos cuentan es especialmente interesante, pero no cabe duda de que The Mandalorian es un triunfo, y lo mejor que le ha pasado al universo Star Wars en años o décadas.